sábado, 14 de julio de 2012

Enrique Montero López


Nació el 4 de noviembre de 1881 en la casa familiar de la Calle de las Cuatro Esquinas para bautizarse a los pocos días en la Iglesia de la Encarnación, donde le imponen el nombre de Enrique Antonio Carlos de la Santísima Trinidad, Montero López, que en Motril y como reza la placa que consagra su figura, será siempre Enrique Montero, "Alcalde Ejemplar". 

Un 12 de febrero de 1937, toda vez que Motril había sido tomada ya por las tropas nacionales, se conforma una Junta Gestora Municipal encabezada por Adrián Caballero Jiménez de la Serna y en la que toma parte el Teniente Coronel Manuel Baturone Colombo, que comandaba las brigadas militares del General Varela en el frente andaluz. El 11 de febrero de 1937 se producía la Batalla de Motril, en la que toma parte las fuerzas nacionales de Baturone contra la XIII Brigada Internacional y la Brigada Republicana que comandaba el coronel "Gallo". La batalla es descrita con especial crudeza por la intensidad de la misma, quedando desde entonces en la Zona Nacional la ciudad de Motril. 
Resulta curioso que justo al día siguiente de tan sangriento combate, las autoridades militares se dieran tanta prisa en constituir un Gobierno Local, en el que toma parte Baturone (al que se le encomendó la tarea de la conquista de Almería pero que echó sus días como Gobernador Militar de Málaga) y del que resulta elegido el funcionario Adrián Caballero "alcalde provisional". Jiménez de la Serna (tengo dudas sobre la grafía de su apellido, ya que lo he visto igualmente escrito como Giménez) estaba ya en Granada en 1939 y ocupó el cargo de "Comisario de la Hermandad del Cristo de San Agustín". 
En abril de 1937 hay ya alcalde oficial; se trata de Manuel Garvayo Bermúdez de Castro, del marquesado de Villamantilla. Tres son los años que el aristócrata motrileño preside el Gobierno Local siendo sucedido por el Presidente del Círculo Mercantil y Agrícola, Federico Ramos, que no llega a ocupar el cargo ni un año. Así las cosas, la Jefatura del Estado encomienda directamente el 15 de abril de 1941 que uno de los miembros del Ayuntamiento Motrileño (lo era desde que se reorganizó como Gestora Provisional el 12 de febrero de 1937) sea elevado a máximo responsable civil de la localidad; es entonces cuando aparece la figura de don Enrique Montero.

Curiosamente, fue uno de los pocos que no pertenecía a Falange. La familia, poseía ya desde el siglo XIX un molino azucarero en la misma Calle Cartuja, anexa a la de las Cuatro Esquinas, cerca de la casa familiar donde vino al mundo nuestro protagonista. Desde el final de la Guerra Civil, empezó a funcionar la "Azucarera Montero", declarada de interés pública por el Estado Español y que producía azúcar "blanquilla y amarilla", comercializada mediante su envase en sacos de yute y de yute y esparto. Y desde el número 12 de esta calle (o de la Cruz de Conchas), la azucarera, heredera de la que se conoció como "Azucarera de Lobres", se producía también miel de caña y su hijo, Francisco Montero Martín, empezó a experimentar con alcoholes creando los primeros "rones motrileños". Así que aquí, nació el extraordinario RON MONTERO que luego se trasladaría al Camino de la Celulosa donde prosigue las garantías de calidad del "Pálido" de Motril. 
Enrique Montero estaba dotado de un especial sentido del humor y una bonhomía que destacan los que de él han escrito, como José López Lengo, Francisco Pérez García y otros tantos de la época. Se ganó a pulso el sobrenombre heroico que hoy luce la placa en su honor, en aquellos tiempos difíciles de la posguerra donde todo hacía falta y todo estaba por hacer, y que fue colocada a principios de 1953, coincidiendo con el comienzo del mandato de Antonio Garvayo Dinelli. El 12 de abril de 1944 inauguraba el Pabellón Antituberculoso en las dependencias de lo que fue el Convento de Capuchinos, atendido por la Comunidad Religiosa de Monjas Mercedarias. El 2 de febrero de 1948 presidía la comisión encargada de gestionar el tren desde Granada a la Costa, luego inauguraba el Centro Secundario de Higiene Infantil, y le dio tiempo a ampliar y adecuar el paupérrimo Hospital de Santa Ana, urbanizar calles y plazas, encargar y descubrir la estatua del Cardenal Belluga en 1948, comisionar y atender la reconstrucción de la Iglesia Mayor de la Encarnación y conseguir la anhelante llegada de aguas potables al Varadero.

A punto de cumplirse los 10 años de su mandato como alcalde, hacia el 10 de abril de 1951, dimite por cuestiones de salud. Está a punto de cumplir los 70 años y les restan 10 meses de vida. Fernando Moreu Díaz lo sustituirá en el cargo, ratificado en Madrid el 28 de junio de ese año de 1951. Los sucesores en la presidencia civil motrileña nunca estarán tanto tiempo como máximos responsables de la ciudad, acercándose a sus 10 años, los alcaldes democráticos Enrique Cobo, Miguel López Barranco o Luís Rubiales, 8 años cada uno de éstos. Tampoco antes, hubo un alcalde tan dilatado en el mandato como don Enrique Montero López, que a día de hoy sigue ostentando dicho honor. 


Fallecía el 11 de febrero de 1952, dejando huérfanos a seis hijos (de los que sigo destacando, con permiso de María Rosario, Enrique, Concha y Amelia, a Francisco Montero, el padre del Ron Pálido) y a buena parte de la ciudadanía motrileña que conservará, décadas después, un inmejorable recuerdo de su alcalde ejemplar. Prueba de ello es la Concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad que la Comisión de Distinciones del Pleno Consistorial otorgó el 29 de octubre de 2010 y fue dada a sus hijos y sucesores el 5 de marzo de 2011, a título póstumo. 

Porque gracias a Enrique Montero, a lo largo de sus 10 años de mandato como alcalde, Motril consiguió: 

*Ampliación de la zona de regadíos de la Vega de Motril.
*Desecación de la zona del Jaúl. 
*Canalización del Río Guadalfeo.
*Restauración de la Iglesia Mayor.
*Remodelación y ampliación del Hospital de Santa Ana.
*Creación del Pabellón antituberculoso.
*Inauguración del Centro Secundario de higiene rural e infantil. 
*Consecución de la llegada del agua potable al Barrio del Varadero.
*Erección del Patronato de Santa Adela para la construcción de viviendas sociales.
*Alcantarillado del Barrio de Capuchinos.
*Urbanización y remodelación urbana de las Plazas Javier de Burgos y de España.
*Monumento al Cardenal Belluga.

Sus esfuerzos en materia sanitaria, le valieron la concesión de la Encomienda con placa de la Orden del Mérito Sanitario. Y que ocupe un lugar destacado dentro de la ciudadanía que fue e hizo el Motril de hoy. 

lunes, 2 de julio de 2012

523 años de la Conquista de Motril

Tenía 2.000 habitantes y nos sirve de ejemplo rotundo y perfecto para explicar cómo los cambios a veces sirven para progresar. Motril fue desde un 2 de julio de 1489, el mismo día que se rindió a las tropas de los Reyes Católicos, una población llamada a crecer y ocupar un lugar en el mapa de lo social, más importante que hasta ese momento había tenido. Sí, hoy no sólo se cumplen 523 años de la Conquista de Motril, sino que este “cambio de propietarios” de la villa, aseguró que esa lengua de tierra entrara de lleno en los mapas de la historia, pasando de ser una alquería, un anejo pendiente y dependiente de las poblaciones cercanas, a una ciudad mimada con gracias y títulos por los Reyes Católicos, la Reina Juana, el Emperador Carlos, Felipe II, Felipe IV, Felipe V y al fin, convertirse en el ámbito provincial (y más aún en el sur-costero) en la ciudad Muy Noble que habría de pasar de ser “parte de” a “cabeza de”.

Primero Almuñécar y luego Salobreña. E incluso ambas a la vez. Durante el reinado de los nazaríes, Motril acabó destinada a comparsa de las poblaciones vecinas que la administraban jurídica y socialmente. En la recta final del reino de Granada es cierto que contó con una “auxuluquia” o sede de un cadí, de un regidor de justicia, pero en todo caso “Salambina” y “Sexi” mantenían su predominio y potestad. Era por tanto una lengua de tierra dedicada a la agricultura, a merced de las localidades que sí estaban próximas a la costa y que contaban por tanto con las prebendas portuarias al servicio del comercio del azúcar y otros bienes.

Por Almuñécar entró incluso el mundo musulmán a comienzos del siglo VIII. Desde allí partieron las expediciones militares granadinas que en comunión con los pueblos del norte de África le pusieron las cosas difíciles a la marina castellana desde el siglo XIII y especialmente durante el siglo XIV. La alcazaba de Salobreña se convirtió en improvisada corte real con el desmembramiento del Reino cuando el invicto Zagal, hermano y tío de rey, decidió proclamarse Sultán y acabó desterrado de su fugaz gobierno accitano. Mientras Motril, producía azúcar y seda y mandaba sus productos a los severos puertos vecinos, cuando no al de Málaga o el de Almería (éste último plataforma centenaria desde donde la seda granadina llegaba a las costas italianas), viviendo de espaldas al mar y creciendo lenta y críticamente.

Y el 2 de julio de 1489, cuando los 2.000 vecinos de Mutrayil se rindieron a las tropas de los Reyes Católicos, cuando ondeó en la casa del Cadí y en el alminar de su Mezquita Aljama la bandera roja de los cristianos, el pendón de Castilla y las armas de Ponce de León, ese día del que se cumplen 523 años ahora mismo, acababa de nacer una población asentada sobre otra probablemente creada hacia el año 890 y que miraba al futuro con el convencimiento de algo mejor.

Por supuesto que entonces la población local, musulmana, ni lo sabía ni lo quería. Pero así era. Porque primero la Reina Isabel la Católica le concede Capitulaciones propias que desligará Motril de la influencia de otras localidades. Su hija Juana concede mercedes de repoblación. Carlos, dotaciones defensivas... y con el devenir del tiempo, se convierte en lo que es, no sé si menos de lo que debiera pero desde luego mucho más de lo que fue con el mundo musulmán a lo largo al menos de seiscientos años.

Motril no celebra (dudo que si quiera, lo sepan sus ciudadanos) el acontecimiento de la conquista. Es cierto que volvería a caer en 1490, cuando las campañas a la desesperada de Muhammad XII, el sultán Boabdil, pretendieron tomar toda la costa; pero incluso en esta campaña militar se podía ver cómo la trascendencia era otorgada a Salobreña, fortaleza que recibió los empeños demudados de las tropas nazaríes. Pacificada en 1491, la revuelta de 1503 y la de 1507 son los últimos episodios que conectarían Motril con su pasado musulmán. Y al fin, el siglo XVI trae prebendas regias y obras de importancia que catapultan a la sociedad local por encima de sus competidoras vecinas.

Sostengo que es el mejor ejemplo de cómo, cualquier tiempo pasado no tiene obligatoriamente que ser mejor. Porque si nos fijamos en Granada, en la capital, más mimo y más gracias que le procuraron los musulmanes, en su condición de Capital del Reino, no pudo tener. Y sin embargo, sin los Reyes Católicos y sin el Emperador Carlos, nada sería igual, porque fueron ellos los artífices del reconocimiento y esplendor (mucho o poco, pero esplendor) que gozó y del que, lastimosamente, vive.

Quizás estas letras, más que un recordatorio del acontecimiento histórico de la Conquista Cristiana de Motril, sean en todo caso un aviso para navegantes, para todos aquellos que confunden churras con merinas y mantienen abierto el debate de la idoneidad de la celebración del Día de la Toma, cada 2 de enero, en relación con Granada. La historia es la parcela que hay que dejar siempre a los que la han estudiado y la han convertido en su forma de vida, y no en el escenario de la manipulación ideológica o política. Pero lo cierto es que desde aquel 2 de julio de 1489, cuando Motril se incorporó a la Corona de Castilla y de ahí, al poco, al que se iba a convertir en el Primer Estado del Mundo Moderno, el Reino de España, todo cambió y para mejor.

Tal vez sería bueno que los dirigentes locales se plantearan sin necesidad de sumar una festividad más, rememorar la jornada de alguna forma. Tal vez en años futuros alguien entienda que pasar de manos musulmanas a manos cristianas hizo que esta ciudad se convirtiera en un lugar que dio que hablar y que pudo hablar por sí misma. Y que lo mucho o poco que tiene, empezó a gestarse a partir del día que, el color rojo de la cristiandad ondeó sobre los lugares visibles de sus edificios representativos, con un castillo goticista como arma heráldica dejando claro que “el futuro puede ser prometedor”.