sábado, 6 de agosto de 2011

El mejor de los pregones


El que suscribe lleva pronunciados más de sesenta pregones y ha asistido al menos a cien más; entre ellos, todos, desde aquel remoto y primero de los de la Virgen de la Cabeza, Patrona de Motril. Y por eso está en disposición imposible de corregir de decir rotundamente, que ayer oímos el MEJOR DE LOS 17 PREGONES que por el momento procuraran exaltar a la Reina de los Motrileños. 

Llegó el pregonero reposado, amable, siempre sonriente, siempre afectuoso, siempre envuelto en un halo de bondad, de cura por el que tantos y tantos estaríamos dispuestos a poner oídos a Dios. Llegó con su envergadura, genéticamente hecha de proporciones mayúsculas porque ha de acoger el poderoso y bendecido músculo de su corazón. 

Llegó con el chaqué que usa un cura, esa sotana de tiempos pretéritos que le convirtió en el cura de siempre, en la verdad de nuestra Iglesia, en el más digno sucesor de don Salvador Huertas Baena (¿o era Bueno?), por el que aún Motril suspira. Era la sotana que estrenó en aquella privada audiencia con el Papa concedida a unos curas españoles en aquella Roma Vaticana. Y se encontró con un Santuario a rebosar, como sólo en los días más grandes está, que sí o sí tuvo que mantener a decenas de devotos de pie. Se lo encontró tan lleno como nunca antes ha estado para un Pregón de Ella, y lo mejor, es que sin cofrades. Sin hipócritas y "afectados" cofrades que tuvieron a bien no acudir pero se perdieron cómo ha de ser un pregón por si algún día les interesa y les puede servir. 

La Junta de Gobierno de Pasión, como si fuera un Jueves Santo, de traje, de inmaculado, protocolario y elegante traje, fue la única muestra del mundo cofrade motrileño en el Pregón Patronal. Mejor, insisto. Porque estuvimos los que debíamos, sin más. Y porque no cupimos más y porque hace falta una cabeza armada que sirva para algo más que para gratinarse el pelo si uno quiere vivir momentos como ese que trascienden de los cofrade, de lo lírico, de lo literario, de lo poético y de lo sensorial, histórico y motrileño a la vez.

Y nos costó una hora y un minuto sobre la fecha de inicio que empezara el pregonero. Una penosa coral y una presentación dilatada nos querían robar a nuestro pregonero, el que llamó sin hablar a casi trescientas personas un viernes de concierto de fama internacional. Y subió sus cercanos dos metros de altura al presbiterio del Santuario. Y arrancó contándonos el Génesis en poema y en motrileño. Y no escatimó palabras para agradecer a don Enrique García Olmedo que se jugara la vida aquel 25 de julio de 1936 para salvar a Nuestra Madre. Y llamó a los que quemaron Iglesias y asesinaron en los meses últimos de aquel año a decenas y decenas de motrileños por su nombre. Y contó aquel agosto de Coronación Canónica, y le dijo al Niño que lo tiene entre sus manos todos los días, cuando sabe y siente que Él mismo, Él verdadero, Él hecho pan, se marcha desde el Camarín de su Santuario hasta las mismas manos que después dan el alimento a los alpujarreños. Y fue en ese momento, de un lirismo aplastante, de una carga emocional única, cuando no pudimos contener las lágrimas y nos descubrimos ante nuestro cura pregonero. 

Fue al término, antes de llegar a la media hora de pregón, porque así había de ser, cuando pidió que se apagaran las luces... Y se quedó sola la del Camarín. 300 personas frente a frente. De un lado, Ella. Del otro, sus hijos. 300 personas oyendo verso a verso de un pregonero que no necesitaba ver para despedirse de Ella. 300 personas rendidas a los pies de un orador que nos ha rendido tantas veces y que estaba escribiendo la historia reciente de la convocatoria. Y tras media hora vibrante, cargada de fuerza, con una descomunal puesta en escena, con versos sobrios, sencillos, directos y claros y tras un texto que se ha dicho el pregonero mil veces a sí mismo, antes de estar escrito, porque un hijo, un devoto de Cabeza de Motril le va hablando a diario, salimos de allí conscientes de haber estado en el más importante, más recordado y más bonito de los cantos antes vistos. 

Mi secular amigo, mi sentido hermano, mi reverenciado cura, mi alabado pregonero que no se oculta pecar de envidia porque hubiera ansiado tener la suerte esa reservada a unos pocos, la de nacer en el día de los días de la Mejor Motrileña... Mi Javi, dio ayer el pregón que ningún otro (yo el primero) antes dio porque habló con el corazón y con las armas de la verdad. 

Y al igual que tú, que te despediste sin el clásico formulismo de "He dicho", hago yo lo propio cura mío, para decir: ¡Viva la Virgen de la Cabeza!