lunes, 29 de noviembre de 2010

Qué orgulloso que está el heno porque cayó sobre él

Se había ganado la confianza de los motrileños, a pesar de que venía a sustituir a alguien de la talla de don Gonzalo. El nuevo párroco, afable, joven y dispuesto, estuvo solemne en la pasada misa ad galli cantus, cuando todo Motril acudió a celebrar el nacimiento de Cristo. Las rentas dejadas por el vicario, sirvieron para contratar a unos artistas que hicieron una pastorela sobre el profeta Isaías en la Víspera de la Navidad.

Ese año, los corregidores, sin que nadie supiera cómo, consiguieron que la población se divirtiera sin escatimar en la fiesta. Una piñata para los niños, se colgó del alfarje del zaguán de las Casas Consistoriales, y la familia Contreras, repartió el día de la Navidad, unos hogazos de pan con un huevo cocido en su interior, para los pobres de solemnidad.

En las afueras, donde la hermandad del Santísimo costeó en 1523 la ermita de San Sebastián, elevado a Patrón, se levantaron unas curiosas posadas, nunca antes vistas. Conocían los hijos de Motril los pesebres o nacimientos que tanto gustaban entre los italianos, según narraban los que, embarcados en las galeras del reino, habían visto Génova y los territorios de la corona. Pero estas “posadas”, rememoraban la búsqueda de alojamiento de San José y la Virgen, en los días previos al feliz y sacro alumbramiento. El cura, bendijo el simulacro que en San Sebastián lucía.

Para el día en que se conmemoraban la festividad de los Santos Inocentes, en la Plaza Mayor, un grupo de religiosos que se dirigían a Málaga, fueron invitados a cambio de posada y alimento a que interpretaran el Stabat Mater Speciosa de Jacopone Todi. Estaban resultando unas grandes celebraciones navideñas, con la peculiar tranquilidad que daba la paz, el tiempo que no se avistaba ninguna fusta corsaria y sin revueltas moriscas.

Sonaba el órgano que Bartolomé Alguacil hiciera 17 años atrás para la Parroquial. Era la Misa de la Epifanía, en honor de esos Tres Reyes de los Evangelios. Llegados, por encargo del arzobispo Gaspar de Ávalos y Bocanegra (cuaquier esfuerzo para evangelizar esta castigada tierra, era poco) una compañía, escenificaban a los tres Reyes de Oriente, con presentes para una figura del Niño Dios, traída desde Granada por el joven párroco. El que encarnaba al monarca negro, se había teñido con el carbón que alimentaba al ingenio del Curucho la cara y manos. Otro, se había vestido con un ridículo gorro que usó Hamet Abenfoto, muerto años atrás y cuyas vestimentas tuvo que vender no hacía mucho su viuda.

Terminada la representación, salían de la Iglesia los hombres de guerra, los alguaciles de la vega, los custodios de las entradas y postigos y los regidores de la ciudad. Tronaban los cascos de una caballería por la zona de la acequia, que se acercaba a galope a la Plaza Mayor. Enmudecieron los motrileños, desde el atrio del templo. Su vista, se fijaba en la nube de polvo levantada por el caballo, que no había conocido tregua alguna a juzgar por la espuma de su boca. Clavaba el jinete en sus ijares unas relucientes espuelas.

Había sido una gran navidad. Unas fiestas familiares, donde se disfrutó de una pasta de almendra y miel que compraban a los moriscos y que en el reino de Valencia llamaban turrón. Se comió pavo, que era tradicional en los estados italianos y desde hacía décadas, habían asumido como propio los españoles, hasta el punto de llevar Hernán Cortés al Nuevo Mundo. En los almacenes de la memoria de cada uno de los que veían avanzar al correo hacia ellos, rebullían los festejos, los nacimientos de barro, las posadas, las pastorelas teatrales y los cantos solemnes.

Arreciaba el viento. Frío, un frío que aterrorizaba a aquellos que se empeñaban en que verdearan los pagos de la vega con una caña de azúcar que costaba mantener. El caballo se detuvo a los pies del Templo, junto a la sucesión de escalones que jalonaban el repecho. Al salto, bajó el correo de la grupa de fatigado caballo y sin más cortesías ni dilaciones, gritó para público conocimiento:

-Armaos, señores, armaos. Así os lo pide el Capitán General, el conde de Tendilla. Vienen los buques de Barbarroja, los que vencieron a Andrea Doria en Preveza.

Y así, de golpe, tuvo que acabarse la Navidad de aquel 1538 y se saludaba a 1539.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Et revertatur pulvis in terram

Lastimoso tañir incesante. Doblaba queda y majestuosa la campana de la Parroquial. Luto de los corregidores y presbíteros llegados desde las vecinas localidades. El Vicario General, venido a toda prisa desde Granada en una ligera posta de caballos, se aderezaba el negro terno que el maestro mayor bordara para los Solemnes Oficios de la Capilla Real.

Entran los fieles por la puerta que da a la Plaza Mayor. Se desquitan los hombres, al lado de la epístola. Y cubren con pesados velos negros de hilo las mujeres sus cabezas, hacia el lado del Evangelio. Brillan los metálicos correajes de los 200 hombres de guerra, que no han faltado ninguno a la luctuosa ceremonia, desguareciendo sin pudor la vigilancia.

Se lee desde el ambón las misivas llegadas desde la secretaría imperial, y desde la Chancillería, y desde la Capitanía de la Alhambra. Todos demuestran su pesar por la triste pérdida. Disculpa el Vicario general, desde hace menos de un mes también, de Ilustre Canónigo, a Deán de la Catedral, al Arzobispo don Gaspar de Ávalos y Bocanegra, que se encontraba de viaje a Toledo, para encontrarse con el Cardenal Primado.

Revuelo en el exterior de la Iglesia... Una animosa soldadesca blande sus albardas que reverencia la llegada de un caballerizo de la emperatriz. El cabildo se espanta; la Corona, ha mandado a un caballerizo, desfachatez mayor no quepa. ¡Un caballerizo! Cuando don Gonzalo trataba de igual al mismísimo Francisco de los Cobos, y ahora representa a la Real Familia, un caballerizo. Este, se presenta ante el cabildo, en los sillones de tijera de la primera fila y exculpa a doña Isabel de Avis, la Emperatriz, recuperándose aún del parto de su quinto hijo el infante don Juan. Hace saber que el emperador se halla en las Cortes de Monzón, dirimiendo sobre las hostilidades de Francia, las agresiones del Imperio Otomano y las necesidades del Imperio. Y el Cabildo justifica en sus fueros internos a don Carlos “salvaguarda de la Iglesia”.

-Vengo en nombre de mi Señora, la Infanta de Portugal y Emperatriz del Sacro Imperio Isabel de Avis y Trastámara, yo, su caballerizo Francisco de Borja y Aragón, duque de Gandía, y me uno al pesar del pueblo de Motril por tan irrecuperable pérdida.

Y así, sobre un ambón de artillería, el mismo que sirvió para que entraran a la villa las serpentinas, pimenteles y las réplicas de los Doce Apóstoles de la Batalla de Pavía.... Así, sobre el pesado ambón de cerrajes metálicos, un féretro de pino del Segura, macizo y barnizado, con cuatro aldabones de bronce en sus costados y un soberbio crucifijo de gran parecido con el Cristo de Guajar del Retablo de esa Iglesia... Así, yacente, inerme, encerrado en las paredes de madera de su ataúd, conducido hasta el arco toral del templo, custodiado por los seis blandones, tres por cada lado, mientras no ceja su sonido el órgano que hiciera Bartolomé Alguacil y la capilla de la Iglesia entona el viejo Veni Creator al que sigue un Te Deum gregoriano...

Así, sorprendido por la parca, vestido con la misma sotana que lució mientras fundaba capellanías, encargaba a Pedro Machuca retablos y pinturas, escribía a las cancillerías imperiales, predicaba en el púlpito, dirigía las obras de la muralla u ordenaba en buena medida la marcha de la ciudad, moría, en 1537, el primero de los ilustres que hicieron grande a Motril, y más si cabe él, que fue a fuerza pionero.

De la capilla por el costeada, se levantaba la losa del suelo; cuatro guardias, bajaban procelosamente, ayudados por garruchas y sogas, el pesado ataúd. Polvo convertido en polvo buscando el eterno descanso, pero no la fama póstuma. Llantos incontestables en los ojos de los motrileños, sabedores de que perdían uno de sus más capaces vecinos.

Terminaba el entierro, esa fría mañana de una navidad de 1537, fin de los días de don Gonzalo Hernández de Herrera, y el comentario de todos es que, el paso de los siglos se encargaría de recordar a este hombre de Dios que tanto hizo por Motril. Así lo pensaban aquellos que fueron testigos de su desmedida laboriosidad en pro de su población y que acudieron, ese día, a despedir al hasta entonces más grande, más ilustre, más docto y más plausible de cuantos habitaran Motril.

Y el tiempo, les iba a quitar la razón... Yace don Gonzalo, sí, en el olvido indolente de los herederos de aquellos que un día, tanto debieron al Vicario Herrera.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Hacia atrás o hacia adelante

-Rápido, sirva más vino del de antes, que ando sediento del camino andado.

-Si permite usía mi indiscreción... ¿Qué le trae por estos pagos?

-Soy el Intendente Mayor de las Reales Obras y trabajo para los despachos de mi Señor don Francisco de los Cobos, secretario imperial y Comendador Mayor de Santiago. Desde hace unos años, esta villa ha sido tocada por las gracias de Nuestro Señor don Carlos, que en 1526 dio merced de impuestos específicos para levantar una muralla e hizo posible que contaran con un pósito, y protegió del infiel estas costas con cien ballesteros bien armados... Y ahora quiere saber en qué términos avanzan los lienzos de su muralla y de sus guarecimientos con las que Nuestro Emperador quiso dotar a esta Villa. De modo que busco fonda en la que pasar los días que me ocupen en dar parte de las obras, mientras que me entrevisto con el Vicario Gonzalo de Herrera que se hizo responsable de la misma.

-¡Adiote, Cielo Santo! Disculpe vuesencia el trato que no reparé en la calidad de nuestro huésped. Si me permite la licencia, le diré que no es esta la muralla que esperábamos, por ser muy lenta su obra, porque llevemos ya dos años de obras sin avances al respecto, y porque pagamos gravosos impuestos para alcanzar a verla concluida, yéndosenos en el ánimo de no vivir para ver sus muros erguidos ante nuestras viviendas. Por la calle que llaman Real (*), las casas sirven de muralla, y son menos cada día los obreros venidos a trabajar en su trazado. Hace siete años tan sólo, tuvimos visita infiel y muchos habitantes se fueron con los piratas de allende Berbería que nos atacaron.

[...] Cada vez, mi señor, cuesta más vivir. Y no digo que no gocemos de las cuitas de Nuestro Soberano, pero figúrese qué descontento, que no hará ni diez días que al fin se ha dispuesto una dehesa para ganado vacuno del que alimentar a la población, que prometieron los abuelos de Nuestro Emperador. Y ha ya años que sus reales cuerpos descansan en Granada. Si es verdad que tenemos ya pósito, y que un nuevo torreón más alto hace que el repicar de campanas de nuestra Iglesia sea sonoro y útil, pero por mar vienen peligros y son pocos los vecinos que llegan dispuestos a labrar la vega que antaño alimentara esta tierra.

-Comprendo sus miedos, tabernero, pero yo soy poco más que un mandado... Mi labor, informar a mi señor, para que este haga lo propio al suyo, sobre las murallas que han de guarecer a sus súbditos de Motril. Me hablan de pinturas y obras de don Pedro de Machuca, que goza de las gracias del mismo Emperador; me hablan de las excelencias de las capturas que hurtan estos vecinos al mar. Y de las moreras que se han recuperado. Y es buena señal estos siete años sin notar ataques piratas que...

-Disculpe Vuesencia, que una cosa es “sin notar” y otra que no los veamos y sintamos el miedo en el cuerpo.

-Sin notar que para eso están las Reales Galeras provistas de ballesteros, arcabuceros y hombres de guerra por las costas de este Reino. Confíe amigo tabernero en que todo mejorará así pasen los años, que allá donde España pone a sus tercios, se asusta Europa. Que allá donde oyen ¡Santiago!, palidecen las ciudades, y que no hay rincón que no sepa del poder de la Cruz roja de San Andrés de nuestro español pendón. Cuanto más sabrá darle a esta villa Nuestro Señor, lo que necesite para bien de sus súbditos...

-Esperémosle del cielo, mi buen señor. Sabe, estos hijos de esta villa, llevan esperando pacientemente cuanto les dicen, y hartazgo es lo que nos sobra de espera.

-Habíanme dicho de la jocosidad de los motrileños, y Voto a Dios que es cierta. ¡Tabernero, llene y brinde con nos por el porvenir!

(*) La actual Cardenal Belluga

jueves, 18 de noviembre de 2010

Memoria histórica irrecuperable

El emperador, hacía menos de dos meses que, a pesar de sus insultantes 20 años de edad, dirigía los designios del más vasto imperio antes soñado, con “cetro” en España. Desde Santiago de Compostela, llegaban a sus manos los documentos que daban fe de los problemas que acuciaban a sus tierras y súbditos, y ese 17 de mayo de 1520 el joven Carlos concede 18.000 ducados para la nueva muralla motrileña, que los tenía que dar Gonzalo Vázquez de Palma, pagador de la gente de guerra del Reino de Granada. Ducados que nunca llegarán a manos de Motril, como tantas otras promesas incumplidas que la historia se encarga de recordar como deudas de la nación contraídas con esta tierra.

Sólo tres años después, Motril disponía de 45.000 morales con los que recuperar progresivamente su esplendor sedero. Y tras 15 años largos de paz y de paulatino crecimiento de su población, finalizando 1522, una epidemia de peste acabaría con decenas de vecinos, hasta que el Cabildo se encomendó a San Sebastián, para cuando, en enero de 1523, en torno a la festividad del mártir, empezara a remitir la pandemia. Sin dilación, Motril a expensas de su Hermandad del Santísimo, costeó extramuros, una Ermita dedicada al santo, desde esta fecha, Patrón de los motrileños.

No se iba a despedir ese 1523 con fortuna para la villa; un ataque berberisco, siembra en octubre el miedo y la confusión, que aprovechan no pocos cristianos conversos, cristianos nuevos, para embarcar con los atacantes y pasarse al norte de África con sus correligionarios en la fe. Pero la productividad de la vega, los impuestos sobre el pescado y alimentos, aranceles, uso de la acequia y el asentamiento de comerciantes intrépidos como Pedro de Vitoria, dejaban momentos para la esperanza en los motrileños. No en balde, se habían fundado nuevas capellanías y se usaba ya el rico y ampuloso órgano de la Iglesia Mayor, ejecutado por Bartolomé Alguacil y Juan Palomares. Pero seguía siendo necesaria la muralla, y por eso el emperador, volvió a conceder 18.000 ducados para sus costes.

Dentro del nuevo Templo, conversa el caballero Ramiro de Toledo y el vicario Herrera:

-Es hermosísimo, digno, correcto y edificante.

-Así lo quisimos, y no deparamos en gasto alguno al encargárselo al maestro don Pedro. A fin de cuentas, los más de mil marjales con que se dotaron a esta Iglesia, permiten este estipendio para gloria de Nuestro Señor y para estímulo de sus hijos de Motril.

-Correcto, sin duda correcto, firme, colorido, bien dibujado. Toda una proeza de su creador, don Gonzalo. Toda una proeza la de ese tal Machuca.

-Figúrese que anda ya para cuatro años trabajando en la mismísima Capilla de los Reyes Católicos, en Granada, donde ha dejado un exquisito Tríptico de lo mejor que puede verse en ella.

-¿Y dice Su Merced que sobre este Retablo de pinturas, irá un Cristo Crucificado del tamaño de una persona?

-Así le dije y así se lo enseño. Aquí lo conocen como el Cristo de Guájar, dramático simulacro de Nuestro Señor. Por el momento, quiero que sea este el Retablo Mayor de nuestra Iglesia, para estímulo y enseñanza del que en ella entre.

-¿Pero es que otro puede ser el Retablo Mayor, que supere al que tenemos ante nos?

-Mi buen Ramiro, Dios siempre provee y si prolonga la vida de este su siervo, quién si no Él sabe que quiero dejar interesantes glorias de nuestra fe en esta Iglesia, que conozcan las generaciones venideras.

-Dice vuesencia, don Gonzalo, que lo ha pintado Pedro de Machuca, ¿verdad?

-Así le dije. Con él he trabado ya una amistad que espero sea fructífera para nos, Motril y las artes, que darán que hablar en los siglos que nos sigan. Y me han dicho que hasta es un capaz arquitecto. Y las piedras, sí que no se las lleva nadie. Tal vez algún día, deje un testimonio de su capacidad.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Historia de la primera promesa incumplida

Una mesa pesada de roble presidía el habitáculo. Era ya noche cerrada, y apenas si la libra de cera que soportaba el candelero, forjado en bronce, iluminaba la estancia. En la pared frontera a la puerta, lucía una tabla pintada con el escudo que consintieron otorgar a la villa, un castillo sobre fondo rojo que era bandera o pendón de Motril. El edificio, ruinoso, no era decente para albergar al Capítulo municipal, y ya ni siquiera podía rezarse antes de cada sesión en la Iglesia de Santiago, desde que esta se mantuviera cerrada tras la consagración de manos del bachiller Herrera de la nueva Iglesia, en la Plaza de la Villa.

Preparaba la sesión del siguiente día el corregidor, para la que estaban citados los señores justicias o regidores ese 20 de septiembre de 1518, viernes. Empezó a dictarle al escribano Rodrigo de Haro, con toda la parsimonia posible, acercándose las notas a los ojos, mientras recordaba cuanto empezaba a progresar una villa que pocos años antes había quedado abandonada por sus habitantes, que no por la corona:

Al excelente Señor don Hernando de Girón, veinticuatro de Granada y oidor de la Real Chancillería, al que Dios guarde muchos años:

Bien sabe su merced que esta villa de Motril lleva años pleiteando con el moro, desarmando las fustas que amenazan las costas del reino y labrándose un porvenir, con la ayuda de Dios y de Nuestra Señora la Reina Juana y Nuestro Señor Fernando de Aragón, de grata memoria en sus vecinos.

El pasado trece de marzo del año de Nuestro Señor que corre, mandó este Cabildo sus procuradores a la corte, para que se tuviera en cuenta la petición de no depender del Cabildo de Granada en todo cuanto ha menester para esta villa. Hoy, elevamos a su merced esta misma súplica, dándole cuentas de las muchas cosas que adelantamos en beneficio de las Españas y del reino de Granada. Entre otras, la nueva atalaya para el control de las procelosas aguas que nos limitan, que mandó hacer la reina hará tres años y llamamos Torre del Mar, camino de Castell de Ferro.

Item, como ya hace un año hemos restablecido los libros capitulares que guardamos bajo tres llaves en el edificio del cabildo. Que hará también un año, disponemos de un modesto, limpio y adecentado hospital de buena fábrica, que sus mercedes los Reyes Isabel y Fernando decidieron sostener y acogimos a su patrocinio, ya concluido bajo el nombre y protección de Nuestra Señora de la Paz. Que tenemos capitán de infantería y de jinetes, que gobierna don Gil González de Quesada con tino y maña y son ya ocho los años de paz y de orden en nuestra villa y sus alquerías.

Que nuestra vega y sus pagos, y sus huertas y sus tierras, producen ya azúcar, como antaño, aprovechando las aguas de las acequias que nos dejaron los moros y siendo tan del interés de nombrados personajes de los reinos de España, que hará medio año compró la respetada Beatriz Galindo que dicen la Latina, preceptora que fue de Su Majestad la Reina Isabel, un molino de harina que llamamos de Lieña.

Que disponemos de alhóndiga, carnicerías, pósito y demás edificios del interés en la plaza de la villa y frecuentan tanto los cristianos nuevos como los viejos, siendo los primeros de menos número ya en la población, al tiempo que esta se recupera y acrecienta y está bien atendida espiritualmente de manos de nuestro vicario el Bachiller Herrera y los beneficiados de la Iglesia.

Y que es tanta nuestra contribución a este Reino, sin demorar esfuerzos en la protección y salvaguarda de nuestras costas y en el asiento de cristianas familias en las tierras que no ha tanto estuvieren despobladas, que hemos merecido y así lo creemos, el reconocimiento de manos del Real Consejo a través de su Chancillería de Granada, para que Motril disponga de sus haciendas por sí, sin dependencias que menoscaben su autoridad.

Así, sabedores del celo y buen hacer de su excelentísima persona y de cómo sabrá llegar a quien deba este ruego que ahora elevamos esperándolo del cielo, reciba de manos del Cabildo de Motril sus mejores parabienes y sepa que no cejaremos en repetirle a nuestra Madre de la Ermita del Cerro del Castillejo nuestros mejores deseos para que Ella se los otorgue a vos y a su pueblo de Motril.

El corregidor calló. Afuera aguardaban los regidores Fernando Alfaquí, Juan el Gazí, Luís de Berrio, Rodrigo Gil y el mayordomo Alonso de Ureña. Cuando el escribano Rodrigo de Haro abandonó la sobria y casi en penumbras estancia, estos demandaron con la mirada, una respuesta del máximo dignatario de la villa:

-Señores, algún día, este pueblo será escuchado...

jueves, 11 de noviembre de 2010

Motril y la corona

Aquel dos de marzo, Juana, última representante de la estirpe de los Trastámara, reina por pleno derecho a pesar de los desmanes de su padre, que de ser figura crucial en todo el Occidente se había convertido en un personaje ávido de poder, recibía de manos de Luís Ferrer los documentos que, una vez estampada su firma, como Señora de Castilla y de León, del Nuevo Mundo y de las posesiones imperiales heredadas para su hijo de su suegro Maximiliano, harían buen favor a un Motril deshabitado, castigado por la sangría que producían los berberiscos y esqueleto auténtico de lo que fue años atrás.

115 familias de repobladores llegaban con mercedes, liberaciones y privilegios a asentarse en la villa. Juana, la mal llamada loca, sentaba el precedente de los favores reales que habrían de llegar, en este pequeño paréntesis de paz, tras el fortuito y dañino ataque de unos años antes. Su padre y regente de los territorios hispanos, Fernando (cada vez menos católico), mandaba arreglar y mantener un año después, en 1511, la Acequia que hacía próspera y fértil como pocas a la vega motrileña. Y desde Tordesillas, prisión iracunda de la Reina Juana, o desde las tierras de Aragón, pasando por la verdadera corte real, regida por el Cardenal Cisneros, Motril vio entre 1511 y 1513 como se le “ayudaba” en el intento de cortar la sangría de habitantes y sumar nuevos vecinos a sus tierras.

La villa contó con gente de guerra para su defensa, se le otorgó la gracia de no tener por qué alojar a gente de guerra, de disponer de sus rentas sin dar cuentas a Granada, construir una torre de vigilancia en el Varadero, y hasta recibió una generosa partida de dinero enviada por el Conde de Tendilla para construir la torre de Trafalcasis.

Corría el 10 de febrero de 1512 cuando en aquella mañana fría de Burgos, el rey Fernando quiso saber cómo se desarrollaban las obras de la nueva muralla defensiva de Motril, que desde el borde de la acequia, subía hasta encontrarse con la puerta de Castill de Ferro (donde se izaba la Iglesia de Santiago, que había dejado de ser Parroquia), extendiéndose hasta el arrabal del Curucho, y atravesando la calle de las Tahonas, bordear el cementerio parroquial y dar con sus muros a parar en la Rambla del Manjón, hasta confluir de nuevo con la acequia. Además, contaba con portichuelos, una serie de casas de recios muros de tapial que desde la Iglesia Mayor actuaban como cerco defensivo (la actual Cardenal Belluga) y hombres de guerra para defenderse.

Y las Reales Cédulas de la reina y su padre el rey, sirvieron sobremanera. Aquel enero de 1513, el galeón, o el bergantín, que pinta de ambos tenía e intentaba atacar la costa, fue interceptado y se le infringió un total de 44 bajas. Y el 16 de agosto los barcos españoles activos en las costas motrileñas, vencen a una fusta y arrestan a 16 musulmanes más.

Así, la mañana de vísperas del nacimiento de Cristo, Juana, temporalmente lúcida, ratifica y estampa de su mano los permisos y licencias pertinentes, con fecha del 24 de diciembre de 1513, para que Motril, como le concedieron sus abuelos los soberanos reyes Isabel y Fernando, volviera a tener jurisdicción sobre sí, sobre sus tierras, sobre sus impuestos, cargas y venta de sus productos.

Llegaba a conclusión la Iglesia nueva, vigorosa y rotunda, que Alonso Márquez bajo los continuos cuidados y vistos buenos del Vicario Herrera, estaba levantando. Se habían repuesto los lienzos de muralla, aumentado la población, recuperado parcialmente el cultivo de seda y recibidos hasta un total de nueve mercedes y reales cédulas con ventajosas noticias, dando así idea de que Motril, al sur del sur de los dominios hispanos, contaba para una viajera corona aposentada a veces en Aragón, otras en Castilla, y siempre, y hasta la mayoría del joven Carlos, en una celda oscura y aberrante de la fortaleza de Tordesillas, a poca distancia de Valladolid.

Una Imagen, menuda, bonita, grácil y de regio porte, protagonizaba idas y venidas desde las ruinas de Qalat-al-Horra (el Cerro) a la Iglesia de Santiago. Tal vez fueran ingeniosas maniobras del bachiller y vicario Herrera; tal vez portentosos sucesos en torno a una efigie sacra, que como el Motril de su tiempo, estaba empezando a “contar” y a hacerse “Cabeza del lugar”. Ella, de fe y de sustento emocional; Motril, de su comarca y de la punta marítima del reino de Granada.

Recibían las reales misivas el procurador motrileño Pedro Gómez de Rada, el alguacil Pedro de la Plata, el repartidor Pedro Patiño, el Vicario Gonzalo Hererra... ¿Será posible que la corte recibiera y enviara cartas a un Motril, que 500 años después, se antoja peor comunicado con respecto al resto de la vieja España? Lástima que no haya nuevas fortalezas como la de Tordesillas, para malos gobernantes.

martes, 9 de noviembre de 2010

La traición de los convertidos

Atardecía ese 3 de diciembre de 1507 sobre las aguas que rodeaban a la alquería de Trafalcasis (Torrenueva). Acababan de llegar de la mar los hombres que fueron a capturar algo de pesca. Sólo aquellos que debían controlar el paso de las aguas de la acequia por sus lindes y caminos, quedaban en la vega, y en especial aquellos que controlaban las fanegas de trigo propiedad del Castillo. En Motril, la pequeña y provisional campana de Santiago, acababa de marcar las 5 de la tarde. En unas horas, todos acabarían por irse a dormir, al refugio del calor desprendido por los avíos de la cocina, donde había bullido la cena, apunto de ingerirse.

Tranquilidad en un mes de diciembre desapacible y frío, y última y escueta ronda de los hombres del alguacilazgo por las calles. Gonzalo rodeaba los muros de la Puerta de Castill, desvencijados y a duras penas erguidos sobre sí. Pensó para sus adentros que tampoco era enorme la necesidad de proteger la población, mermada hasta la saciedad después de que en los últimos meses, el traidor Hernando de Castilla, hubiera mandado a sus hermanos de fe norteafricanos a sembrar el miedo y llevarse un buen número de cristianos nuevos a las costas de Berbería.

De repente un enorme bullicio, descontrolado, ruidoso, amenazante... Caballerías al galope con dirección a Motril. Desde la Carquifa (Cerro de la Virgen) se han visto luces de alarma provenientes de Trafalcasis. Un alertador llega más fatigado y nervioso que su montura: los moros, a bordo de nueve fustas, ligeras embarcaciones, han tomado por sorpresa la costa y desde la alquería de poniente vienen prendiendo fuego a cosechas e incendiando cuanto a su paso encuentran.

La población se despierta con el toque de rebato. Salen de sus casas los corregidores, la escueta e insignificante soldadesca que habrá de enfrentarse a un centenar y medio de berberiscos sedientos de sangre. ¡Una vez más! Reparten armas y empiezan a mover baterías dirección a la Puerta de Castill. Pero... pero...

Sí, los mismos que han tenido el poder, los beneficiados por los Reyes Católicos, en estos que han confiado los motrileños, Lorenzo de Chacón, Pedro de Miranda y (no puede ser; ¡si es el huidizo Antón Maoli!) tantos otros, se rebelan contra los cristianos. Empiezan a arder las casa de los cristianos viejos. Las llamas consumen viviendas, pertenencias y ánimos. Mujeres, niños e impedidos han buscado asilo en la Iglesia de Santiago. Dentro, el cura intenta imponer la voz de sus rezos al coro de llantos y suspiros consumidos en miedo de los refugiados.

El Ayuntamiento acaba de ser incendiado. Perseguían un fin, y lo han logrado. Están reduciendo a cenizas el Arca de las Capitulaciones que hace siete años dieran sus mercedes los Reyes de España. El siguiente paso es abolir las normas de Castilla, las reglas jurídicas y cívicas del nuevo orden que por espacio de casi 20 años llevan intentando los cristianos asentar en Motril. Arde la casa del escribano público, los acuerdos, protocolos, actas notariales, archivos de propiedades...

El edificio que fuera del cadí, hoy del Alguacil, ha quedado reducido a cenizas. Igual que tantos otros edificios. La noche es larga y llena de tribulaciones. Han perdido la vida los que se han atrevido a defender la legalidad de Castilla frente a estos musulmanes que no olvidan aún, que perdieron una guerra y decidieron exiliarse. Pero la verdad, la mayoría, sino todos los atacantes, jamás nacieron en suelo de al-Andalus; no son más que alentados jóvenes que buscan en esta pequeña yihad un paraíso prometido por el más conservador y extremista de los malekismos del Islam: el de los imanes de Marruecos.

Con las primeras luces del día. Motril se ha quedado sin las tres cuartas partes de su población. La mayoría, se ha ido al norte de África. Otros pocos, han perdido la vida en la defensa de la villa. Desde el Castillo de Salobreña, alertados por los fuegos que no han cesado de arder toda la noche, llegan unos pocos soldados al mando de Floristán de Salamanca. Al conocer lo sucedido, marcha en pos de los atacantes, con más tropas de las que Iñigo de Mendoza adiestró para la defensa de esta costa, pero que de nada ha servido. Los berberiscos ya han embarcado más allá de Trafalcasis, rumbo a Castell (huyeron por Carchuna).

Traición, sangre, odio. Motril, no termina de encontrar la paz.

lunes, 8 de noviembre de 2010

V Centenario de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación

Tal día como hoy, se ponía la primera piedra de la Iglesia Mayor de Motril.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Castilla, Motril... España.

A ocho días del mes de Rabi` Al-Awwal del año 906 (1 de octubre de 1500), los Soberanos Reyes Isabel y Fernando, dan asiento de las Capitulaciones, ordenanzas y leyes por las que han de regirse los motrileños de ahora en adelante, siendo testigo y secretario el escribano Fernando Vázquez, y todo ello ante Lorenzo Chacón, Pedro de Miranda y Cristóbal de Vargas, cristianos nuevos, estos tres, ávidos de poder, a los que se pedía, en nombre de todos los motrileños, depusieran su actitud belicosa y se rindieran por tercera vez ya, a las armas del Reino de los Católicos, señores de Castilla, de León, de Granada, de Aragón, de Sicilia, Córcega, Cerdeña, del Rosellón francés, del Algarve portugués, del Nuevo Mundo...

Estas capitulaciones de 3 de septiembre de 1500, se dieron en Granada por don Hernando de Zafra, el Real Secretario, según la voz de la Reina Isabel. En ellas, los soberanos monarcas católicos, renunciaban a sus derechos sobre los impuestos de alcabalas, alguacilazgos, y otros, en beneficio de una población cuyos diezmos y gravámenes recaerían en su propio provecho.

De Motril partía un año antes decenas de musulmanes rumbo a las costas de África. El miedo aún era notorio. Pero en la mente de la gran Reina no había otra cosa que mantener cerca del poder al enemigo, para así controlarlo. Así, Hernando de Castilla, antes Mamad Mogrid, era el nuevo alguacil. Los regidores de la villa, los también cristianos nuevos Lorenzo Chacón, al que ponen al frente de un amplio regimiento que luchó a las órdenes del Conde de Tendilla en la Conquista del Reino. Antón Maoli, lo mandan a Jolúcar. El alguacil que vele por la justicia de Motril, recibe 100.000 maravedíes para su función. El 25 del mes de Jumada Al-Akhirah del año de 906 (15 de enero de 1501), se apostan permanentemente tres guardas en la Torre del Chucho. Y dos años después, en 1503, el Conde de Tendilla recibe desde Alcalá de Henares, de manos de la Reina, el encargo de doblar defensas en las costas de Motril, porque amenazan los moros con desembarcar en actitud belicosa justo a la llegada de la luna nueva de aquel junio de 1503.

La población se adapta... Lo hace al ritmo de un Cabildo que guarda en un arcón de madera de nogal enchapado con forros de tela de seda hilada en su interior, sus valiosas capitulaciones. El alguacil vela por el orden de Castilla; los soldados, día y noche, desde las torres de Itenfalcazas a las viejas del Varadero, no escatiman esfuerzos, oteando el horizonte y los barcos que cruzan sus aguas.

Pero el poder es corrupto, es avaricioso. Albalaylan, moro de Albuñuelas, ya se fue a Berbería, pero dejó sembrada la herencia del odio y la sublevación. Aumentan los convertidos que “se han pasado allende”. Cultivos descuidados, dificultad para atender las moreras de la seda, ambiente que se enrarece en las calles de una villa que dirige Lorenzo Chacón, el mismo que se felicitaba ante los emisarios que mandó Toledo, dando cuenta que Alejandro Sexto, el Papa español, había promulgado en Roma la Bula de erección de un nuevo Templo para Motril, bajo la supervisión del Cardenal Primado de España, Pedro de Mendoza..

¡Falso! Tanta alegría ese mayo de 1502 tras conocer la noticia. Tantas algaradas y buenas nuevas con los miembros del concejo, como si de veras se alegrara de la nueva obra que verían los motrileños.

Pero Lorenzo, como Pedro de Miranda, no dejaban de ser conversos con ningunas ganas de respetar los nuevos órdenes de esta nueva época. Y esto lo confirmaba la necesidad que tuvo el rey viudo Fernando, de nombrar un Capitán General de la Costa. El jefe del mando militar, Iñigo de Mendoza, levanta en la punta oeste de la Playa de Poniente, en la zona que desde siempre fue de las pesquerías y pescadores de los motrileños, mayores posiciones de observación y de defensa, ese marzo de 1505.

Don Iñigo, escribía a Su Majestad:

“Señor, bien sé lo apenado que debe andar por la muerte de nuestra Señora la Reina, pero ha de saber que en Motril, el peligro no sólo viene desde África, si no que reside en la propia Villa”.