miércoles, 10 de febrero de 2010

El principio de un fin

Farax Manjón conoció mejores momentos para él y su familia. La avaricia sin pudor de Francisco Ramírez de Madrid o de Juan Álvarez de Toledo (qué sabría entonces que de este linaje de los “de Toledo” la por entonces naciente España pariría al duque de Alba, terror de Europa), que no se resistían a comprar haciendas, tierras de cultivo y controlar las aguas de riego de “sus acequias” estaban exasperando a un puñado de habitantes que llevaban siglos luchando en esos pagos que tenían por suyos, más si cabe que los nuevos pobladores.

La situación pintaba mal; las muchas quejas que se hacían llegar al corregidor Andrés de Calderón (lo cierto es que, bien por desbordado, bien por favorecer a sus hermanos los cristianos, el corregidor poco ayudaba en sus fallos y acuerdos) caían una tras otra en saco roto, y había que temer si los cristianos viejos se tomaban la justicia por su mano, pues no era raro el día en que se escuchaban por la zona de Curucho, o extramuros de la Mezquita Mayor, ruidos y algaradas, lamentos por palizas o conversaciones más altas que otras. A fin de cuentas, como dijo el sabio Ibn Idrissi, la historia la escribirán los que ganen las guerras...

Hoy era día de fiesta en la ciudad; a pesar de que en el calendario de la mayor parte de los motrileños no se celebrase ni el nacimiento de Abraham, ni las fiestas del fin de ayuno o de la batalla de Badr, los cristianos, por deseo de su cura el tal Alonso de Campos, celebraban, hoy día tres 3 del mes Dhul-Qa`dah del año de 900 (ellos preferían decir que se trataba del 25 de julio de 1495) la fiesta de consagración de la Mezquita Aljama junto a la Puerta de Castill de Ferro, como Iglesia del Señor Santiago, que para colmo e indignación de musulmanes, llamaban con ahínco y reverencia, “Santiago Matamoros”.

Al menos, en las casas de Hamet Abenfoto o del anciano Farax la angustia crecía a diario. Les prohibieron a sus mujeres e hijas, a sus esposas, que lucieran el hijab. Si ellos nunca emplearon en al-Andalus el niqab de sus hermanos de Oriente, que sí es verdad que cubría por completo el rostro de sus mujeres, pues a fin de cuentas, su velo no distaba mucho del que se ponían las cristianas cuando entraban a sus Iglesias. Pero eso era lo de menos; cada vez era más difícil encontrar carne sacrificada hacia la Meca, ya no era posible hablar como siempre, en este reino de Granada, se habló. Ni siquiera orar las cinco veces pertinentes sin ser acusado de traición, de herejía, de ir en contra de los Reales Acuerdos aprobados por Castilla y sus ínclitos reyes.

La única de sus esperanzas residía el buen alfaquí (que los cristianos decían Arzobispo) Hernando de Talavera. Pero incluso el apoyo y correcto trato de este piadoso hombre de Dios (Farax Manjón estaba convencido que tanto daba el Dios cristiano como el suyo Alá, con hombres buenos como don Hernando), ese monje jerónimo enjuto, prieto y de descendencia judía, acabaría pronto, porque el todopoderoso Cardenal Cisneros, andaba harto del buen trato dispensados a los mudéjares.

Por la calle que baja hacia este nuevo Templo (lástima de yalmud desmontado a favor de esos bronces que llaman campanas) corren con sus mejores calzas, sus mejores capas brocadas y sus espadas al cinto los cristianos. Farax no dejará de asistir; aunque hoy viene de Pataura, donde fue bien de mañana en busca de leña para el hogar y cobró dos piezas menores, debe asistir. Él se bautizó públicamente, a pesar de que respeta las tradiciones de los hijos de Mahoma en secreto. Después del día 2 del mes de Jumada al-Akhirah del año de 897 (31 de marzo de 1492) cuando fueron expulsados los judíos de los reinos y villas y tierras de Castilla y de Aragón, la situación no estaba como para jugársela. Sabía bien el bueno de Farax de los muchos que ya habían cruzado hacia Berbería. Pero aquella era su tierra, y si el pago que había que entregar por quedarse en ella era el de dejarse tocar por las aguas vertidas por Alonso de Campos, y dejarse ver en ceremonias como la de este día, así lo haría.

Al entrar en la antigua Aljama, en el lugar que estuvo el nicho del mihrab, allí, en el muro de la quibla, un rectángulo de plata y sobre él una cruz. Algo más arriba, en el mismo sitio donde los padres de sus padres escribieron w`Allah al-galib (Solo Dios es grande), una pintura con un anciano sobre un caballo blanco pisaba los cuerpos vencidos de dos soldados del Islam. A su alrededor, las voces aclamaban la belleza de la pintura, que representaba al Señor Santiago. Y Farax, dentro de su corazón, sintió una punzada caliente: “esto pinta mal”, se dijo. El sacerdote entraba y se dispuso ante la mesa de la cabecera.

-Dominus Boviscum

-Et cum spiritu tuo.

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