viernes, 12 de febrero de 2010

w`Allah al-galib

11 del mes de Jumada Al-Akhirah de 902 (13 de febrero de 1497). La “casta” Aixa, madre de Abu 'Abd Allāh Muhammad el XII, rey de Granada y ella reina madre, ha escrito mediante la mano de su nuera Haja una carta a sus mercedes los Católicos Reyes de Castilla, de León y de Aragón, para que le sean devueltas las tierras y el castillo que su esposo Muley Hasán le levantó en la Carquifa de Motril y que llaman El Castillejo. A Francisco de Madrid le ha sentado como un jarro de agua fría, bien de mañana, y eso que ahora ha vuelto la bonanza a estas tierras costeras del sur.

Entre él y don Andrés de Calderón, se reparten los beneficios de un pastel musulmán, en forma de haciendas, aduanas, trapiches del azúcar... Oídos sordos a la petición... ¡Hasta aquí podíamos llegar! La culpa es de Hernando de Talavera, de cuantos no han aplicado con mano dura la ley, y permitieron que las costumbres de los hijos de Alá siguieran intactas y en boga en Motril y en todo el reino.

El 30 del mes Jumada al-Awwal 904 (13 de enero de 1499), don Íñigo López de Mendoza, Conde de Tendilla, y don Hernando de Zafra, el secretario Real, permiten que se derruya el Castillo de al-Horra. Antes que nadie pueda volver a reclamarlo, se arrasaría hasta sus cimientos. “Era un 13 de enero, que nadie se olvide”...

Y como era de esperar, el día 28 del mes de Rajab del año 904 (10 de marzo de 1499), los mudéjares, al grito de La ilaha illa Allad, Muhammad rasul Allah, levantaron a los suyos de Motril, y desde más allá del cauce de Wadi-l-fay (Guadalfeo), se oyó la respuesta de sus hermanos de Shalubīnya (Salobreña), de Hins-al-Monacar (Almuñécar), hasta que ese día fue un clamor de guerra que sólo antes resonaba cuando las cítaras y chirimías de los soldados de la shurta (guardia real nazarí) acongojaba a los cristianos al mando de Il-Zagal el Invencible.

Presa del miedo, la pequeña Iglesia de Santiago no paraba de recibir cristianos, nuevos y viejos, de ayer y de hoy, buscando la protección de sus muros. Las murallas, destruidas por capricho de don Iñigo, hubieran sido eficaces para parar los ataques de los rebelados. No se trataba de una simple revuelta popular; los musulmanes llevaban años clamando por una yihad, una guerra santa, hartos de que no se respetaran los pactos establecidos en la firma de las Capitulaciones, nueve años atrás, cuando el último de sus reyes, el Zogoybi, el desventurado, entregó la tierra que durante ochos siglos ellos convirtieron en el vergel que era.

Don Iñigo mandó a los soldados veteranos acuartelados en la Alhambra. Tras días de lucha, incendios por Cánulas, correrías de sangre por Budíjar, tierras reales arrasadas en Moscaril, los mudéjares nunca reciben el apoyo prometido desde Al-Magrib al-Aqşà, donde dicen que vivía el desdichado último rey de Granada en el exilio, y que desde allí mandaría a los hermanos de fe a salvarlos de la tiranía cristiana.

La victoria ha sido fácil. Todo está perdido; sólo les queda a Mamad Mogrid, Fernando el Baisi, Antón Maoli y cuantos han encabezado la revuelta, volver al redil de la sumisión, aceptar la nueva fe, vestir como les pide Castilla y olvidar que un día, al-Andalus fue la envidia del mundo culto y de los musulmanes de Túnez, Bagdad y Damasco. Los que han perdido todo menos la vida, saben que los cabecillas que les incitaron a levantarse en armas, seguirán siendo poderosos, al igual que lo eran ya bajo la tutela del rey de la Alhambra. Da igual. Los oportunistas no entienden de otra cosa. Es la historia la que les ha enseñado que bereberes, muslíes, árabes o cristianos, pelearán por poder, no por un Dios que creen justo. Mañana, hipócritas ellos, olvidarán sus zaragüelles y vestirán calzas de Castilla. Pero al fin y al cabo, cobrarán las alcabalas, se beneficiarán de los diezmos y seguirán siendo los dueños de Motril. ¡El poder los hará pactar con cualquiera! Incluso a costa de sus ideales. (Ayer, y hoy, tantos y tantos seguirán vendiendo a Motril)

Farax llora. En la revuelta murió su amigo Hamed. Siempre creyó que podía cambiar las cosas. Sólo espera que los cristianos, no descubran que tres lienzos blancos y puros, de una sola pieza como manda la ley, cubra el cuerpo de su amigo, mientras lo desliza, sobre su costado derecho tal y como descansan los buenos creyentes, mirando a la Meca.

Suena la campana de Santiago, y él, en el cementerio de la Xarea de la Mezquita aljama (la actual plaza de la Libertad) echa el último puñado de tierra sobre el cadáver envuelto en blancura de Hamed. Hoy, cristianos y musulmanes no comerán carne. Ha empezado, sobre un nicho de sangre, la fiesta que los infieles llaman Cuaresma.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El principio de un fin

Farax Manjón conoció mejores momentos para él y su familia. La avaricia sin pudor de Francisco Ramírez de Madrid o de Juan Álvarez de Toledo (qué sabría entonces que de este linaje de los “de Toledo” la por entonces naciente España pariría al duque de Alba, terror de Europa), que no se resistían a comprar haciendas, tierras de cultivo y controlar las aguas de riego de “sus acequias” estaban exasperando a un puñado de habitantes que llevaban siglos luchando en esos pagos que tenían por suyos, más si cabe que los nuevos pobladores.

La situación pintaba mal; las muchas quejas que se hacían llegar al corregidor Andrés de Calderón (lo cierto es que, bien por desbordado, bien por favorecer a sus hermanos los cristianos, el corregidor poco ayudaba en sus fallos y acuerdos) caían una tras otra en saco roto, y había que temer si los cristianos viejos se tomaban la justicia por su mano, pues no era raro el día en que se escuchaban por la zona de Curucho, o extramuros de la Mezquita Mayor, ruidos y algaradas, lamentos por palizas o conversaciones más altas que otras. A fin de cuentas, como dijo el sabio Ibn Idrissi, la historia la escribirán los que ganen las guerras...

Hoy era día de fiesta en la ciudad; a pesar de que en el calendario de la mayor parte de los motrileños no se celebrase ni el nacimiento de Abraham, ni las fiestas del fin de ayuno o de la batalla de Badr, los cristianos, por deseo de su cura el tal Alonso de Campos, celebraban, hoy día tres 3 del mes Dhul-Qa`dah del año de 900 (ellos preferían decir que se trataba del 25 de julio de 1495) la fiesta de consagración de la Mezquita Aljama junto a la Puerta de Castill de Ferro, como Iglesia del Señor Santiago, que para colmo e indignación de musulmanes, llamaban con ahínco y reverencia, “Santiago Matamoros”.

Al menos, en las casas de Hamet Abenfoto o del anciano Farax la angustia crecía a diario. Les prohibieron a sus mujeres e hijas, a sus esposas, que lucieran el hijab. Si ellos nunca emplearon en al-Andalus el niqab de sus hermanos de Oriente, que sí es verdad que cubría por completo el rostro de sus mujeres, pues a fin de cuentas, su velo no distaba mucho del que se ponían las cristianas cuando entraban a sus Iglesias. Pero eso era lo de menos; cada vez era más difícil encontrar carne sacrificada hacia la Meca, ya no era posible hablar como siempre, en este reino de Granada, se habló. Ni siquiera orar las cinco veces pertinentes sin ser acusado de traición, de herejía, de ir en contra de los Reales Acuerdos aprobados por Castilla y sus ínclitos reyes.

La única de sus esperanzas residía el buen alfaquí (que los cristianos decían Arzobispo) Hernando de Talavera. Pero incluso el apoyo y correcto trato de este piadoso hombre de Dios (Farax Manjón estaba convencido que tanto daba el Dios cristiano como el suyo Alá, con hombres buenos como don Hernando), ese monje jerónimo enjuto, prieto y de descendencia judía, acabaría pronto, porque el todopoderoso Cardenal Cisneros, andaba harto del buen trato dispensados a los mudéjares.

Por la calle que baja hacia este nuevo Templo (lástima de yalmud desmontado a favor de esos bronces que llaman campanas) corren con sus mejores calzas, sus mejores capas brocadas y sus espadas al cinto los cristianos. Farax no dejará de asistir; aunque hoy viene de Pataura, donde fue bien de mañana en busca de leña para el hogar y cobró dos piezas menores, debe asistir. Él se bautizó públicamente, a pesar de que respeta las tradiciones de los hijos de Mahoma en secreto. Después del día 2 del mes de Jumada al-Akhirah del año de 897 (31 de marzo de 1492) cuando fueron expulsados los judíos de los reinos y villas y tierras de Castilla y de Aragón, la situación no estaba como para jugársela. Sabía bien el bueno de Farax de los muchos que ya habían cruzado hacia Berbería. Pero aquella era su tierra, y si el pago que había que entregar por quedarse en ella era el de dejarse tocar por las aguas vertidas por Alonso de Campos, y dejarse ver en ceremonias como la de este día, así lo haría.

Al entrar en la antigua Aljama, en el lugar que estuvo el nicho del mihrab, allí, en el muro de la quibla, un rectángulo de plata y sobre él una cruz. Algo más arriba, en el mismo sitio donde los padres de sus padres escribieron w`Allah al-galib (Solo Dios es grande), una pintura con un anciano sobre un caballo blanco pisaba los cuerpos vencidos de dos soldados del Islam. A su alrededor, las voces aclamaban la belleza de la pintura, que representaba al Señor Santiago. Y Farax, dentro de su corazón, sintió una punzada caliente: “esto pinta mal”, se dijo. El sacerdote entraba y se dispuso ante la mesa de la cabecera.

-Dominus Boviscum

-Et cum spiritu tuo.

martes, 9 de febrero de 2010

La primera navidad en Motril

Tomada en 1489, ese diciembre ni el Nacimiento del Hijo de Dios trajo calma a la población, con más de dos millares de almas que se resistían a ser cristianas. En 1490 pareció perdida, y en 1492, retomada definitivamente, en cuanto los musulmanes se enteraron que Granada había caído. Muchas desgracias juntas como para pensar en la defensa de un pequeño trozo de la inmensa tierra que hasta ayer fue de los hijos de Alá.

Al único que parecía irle bien era a don Francisco Ramírez de Madrid, que demostrada su valentía cuando Salobreña cayó en manos cristianas, ganó el favor de los Reyes. Y estaba quedándose con todas las propiedades que podía. Ya era dueño del castillo de Aixa-al Horra, de las tierras de la madre del último rey moro, de la aduana de la Plaza de la Villa... ¡Y además corregidor!

La casa de la Torrecilla, cerca de la puerta de Castell de Ferro, ya había sido despejada para que allí habitase Alonso de Campos, un cura rechoncho y tonsurado, amigo de recias comidas y de un endemoniado acento que todo lo convertía en extraño. Desde el alejado valle del Pas, el cura había puesto sus reales en Motril. Primero bendijo, por orden de Fray Hernando de Talavera, el arzobispo enchufado por confesor de Isabel la Católica, (o así pensaba Alonso) la Mezquita Aljama, que consagró a Santiago Apóstol. Luego, reformó el templo y recibió de Granada lo indispensable para abrirlo al culto.

Eso pasaba un 25 de julio, pero sería ahora, en las navidades de 1493, cuando Alonso de Campos tuviera el lugar y el momento de hablar claro al hatajo de infieles que amparaba Fray Hernando y el Conde de Tendilla, también Marqués de Mondéjar. Estaba bien harto de ese Hamet Abenfoto, que no había sido capaz de mostrar un poco más de respeto a Castilla, y cambiar su nombre por otro que todo buen cristiano entendiera. Además, ¿de dónde sacaba los maravedíes para comprar moliendas, marjales y casas?

Y claro, no se quedaba atrás Abraham Açahatar, ni el resto de judíos que no tuvieron bastante con querer la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, sino que sin respetar lo dicho y dispuesto por los Señores Reyes, no se fueron como la mayoría de judíos el pasado año, cuando así lo decretaron los soberanos de España.

No, no estaba contento Alonso de Campos; no podía estarlo porque esta ciudad no era ni de lejos cristiana; porque no acudían a la Iglesia, que tan bien quedó y con tanto esfuerzo se fue levantando. Y no estaba contento, porque aquel Motril de finales de 1493, era lo más parecido a Berbería, que jamás nadie soñara, y llevaba ya unos años en manos de los ínclitos Isabel y Fernando, que lo consagraron a Dios.

En estos pensamientos andaba el recio cura pasiego, mientras en el exterior de la modesta Iglesia de Santiago, todo seguía su curso. Era viernes, y se reunía, como cada viernes, los designados por el Corregidor de Granada para dirimir sobre las aguas de la acequia, en las casas capitulares. Corría frío, que venía desde la Alquería de Pataura ese diciembre. Los vecinos de Salobreña, hacían pagar muy caro el pescado a los motrileños, por lo que estos acordaron que la caza de los montes de Bates y Paterna sería para su propio consumo. La seda sería recogida en primavera, y ojalá que tuviese el mismo éxito que otros años, porque la lucha entre cristianos y moriscos había debilitado a unos y a otros. Y en pocos días nacería el Hijo de Dios, en una villa que perdía a diario sus gentes, embarcadas hacia tierras de África, después de ocho siglos sintiendo suyo a Motril y con pocos, muy pocos cristianos viejos que se alegrarían la noche del 25, de la fiesta de la natividad.

Fátima saludó a Hamet, que llegaba (normal en estos últimos meses) apenado a su casa del Curucho, donde habían terminado viviendo.

-Hamet, ¿qué te pasa? ¿Por qué esa cara?

-Fátima, por Dios y su profeta, te he dicho muchas veces que no uses más el hijab, porque los cristianos no les gusta que lo llevéis, aunque nuestro rey firmara con los de ellos el respeto a nuestras tradiciones.

-Bueno, Hamet. Sea, pero toma, prueba este alfajor. A ver si así alegras la cara.

-¿Sabes, Fátima? Deberíamos vender tus alfajores y tus dulces de manteca. Ahora en diciembre son muy apetecibles y reconstituyentes. Y nos vendría muy bien.

-Sí, Hamet, sí. Anda, no digas más tonterías; los cristianos no dejaran de tomar sus grasas y sus cerdos, y menos en las fiestas del nacimiento de su Dios.

¡Qué hombre este! Que ahora por diciembre, venda mis dulces de manteca...