lunes, 27 de julio de 2009

Patrimonio inmaterial


Se extrañarán los pocos lectores que por el momento tiene este espacio que no haya sugerido antes algún enclave, monumento, espacio histórico o de potencial paisajístico o natural. Que el primero de los que ocupen este capítulo que prometo incrementar, sea este vecino quedo y silencioso de la confluencia de la Plaza de España, Sacristía (que se rotula Pieza) y de la Plaza de San Rafael.

Pero hay cosas, olores, sensaciones y sabores que quedan en el colectivo, calan y transportan a otras épocas, caso del Galán de noche (porque en Motril siempre ha sido Galán, y no Dama de noche) que emborracha las horas tardías desde el jardín que ocupa el lugar donde estuvo la pía fundación del Cardenal Belluga, la Capilla de los Dolores adosada al Templo de la Encarnación.

Llevo varias noches que, movido por la naturaleza propia de mi perra, trasiego desde la que fue Puerta de acceso a Motril (Postigo, más bien postigo), pasando por el lugar donde se elevó la vieja y Real Casa de Comedias, hasta que, bordeando las maltratadas piedras y tapial de la Iglesia Grande de los motrileños, me sorprende y abotarga, me seduce y invoca el olor profundo, dulzón y gustoso del Galán de Noche que convive con el silencio y la nocturnidad sin alevosía de la Iglesia Mayor.

Mi hermano Gerardo percibía sus encantos desde su casa, cuando esta era punto de innumerables tertulias y sueños ya alcanzados (enhorabuena, hermano) en esa Calle de la Sacristía, por mucho que se llame realmente Pieza, en honor a las que de artillería, guardaba esta Iglesia nuestra que no se sabe si es Casa de Dios, fortaleza, o testimonio de la indolencia de propios, políticos y soplagaitas de Motril.

En otras ciudades el patrimonio no sólo enriquece intelectual y sensitivamente a sus habitantes, sino que les genera riqueza. El nuestro, se diluyó mayoritariamente en los meses en que los hijos de la libertad (no sabemos cual) decidieron purificar con el fuego de su socialismo a las Iglesias y palacios de la otrora Villa. Luego, no hizo falta más fuego que el de la incultura general y consistorial, para ir guillotinando un Motril que cada vez es más esqueleto de lo que fue. Para bien y para mal.

Por eso, como no está bien timar a visitantes con excelencias arquitectónicas que ni existen ni son comparables con (siquiera) pueblos y localidades de menor entidad, yo propongo que protejamos señas de identidad que además, sí que son sensitivas, generosas, de las que se puede disfrutar y que forman parte de una ya dilatada memoria colectiva, vecinal y de tránsito, y sin que UNESCO deba mediar, seamos nosotros mismos los que dotemos de la categoría necesaria a aquellas pequeñas cosas, silentes, calladas y maravillosas, que hacen posible aún un Motril distinto, que apela a la niñez de algunos de nosotros.

Yo esta noche pasaré por allí. No se escucha ruido alguno, ni siquiera los escapes libres y ordinarios de las motos que apabullan por el cercano Camino de las Cañas. Sólo se oye Motril en estado puro. Da igual que sea sábado o martes noche. Sólo el silencio, la mole imponente del crucero de la Iglesia Mayor y la fragancia dulzona y exquisita de un Galán de Noche que perfuma el lugar donde murieron tantos un enero de polvorín de 1938.

Yo sugiero, que el Galán de la Encarnación, que lo recuerdo desde niño, sea nombrado, Patrimonio Inmaterial de Motril.

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