miércoles, 18 de diciembre de 2013

La Duquesa de Santoña, una motrileña excepcional

María del Carmen Hernández Espinosa de los Monteros (1828-1894) nació en el seno de una familia terrateniente, hija de José Hernández Guerrero (1805-1870) y de María del Carmen Espinosa de los Monteros y Burgos, emparentada ésta con la familia Burgos de Motril, dedicada a la explotación del azúcar y dueña de ingenios y fábricas azucareras, que inmortalizó su apellido a raíz del político, pensador y escritor Javier de Burgos, el primer Ministro de Fomento de la Historia de España y responsable de la división territorial de España en provincias.

Caballería española del siglo XIX, lienzo de Augusto Ferrer Dalmau

No tuvo una adolescencia fácil, puesto que se queda huérfana a los pocos años soportando a un padre tiránico del que rehuirá a la primera ocasión que tenga, para no volver a verlo jamás. Y esa primera ocasión le llegó en su Motril natal, cuando se cruza en su vida un capitán de caballería del que pronto se enamora. Tenía él 16 años más que la joven María Hernández, que da el sí quiero ante la Virgen de la Cabeza, previo haber leído “los dichos en la Parroquial de la Encarnación”, un 26 de febrero de 1846. Era una jovencita de 18 años que seguirá los pasos de su marido allá donde es enviado, hasta que voluntariamente y mucho antes de lo que le correspondía, el capitán decide pasar a la reserva activa justo al término de la Guerra de Marruecos (1860). Ascendido inmediatamente al grado de Comandante, el matrimonio y el único hijo que tuvieron, se traslada a Madrid en donde el militar (que había nacido en la provincia de Ciudad Real) tiene familia. Allí le sobreviene a José de Heredia la muerte por un cáncer de lengua, a los 60 años un 24 de enero de 1873, dejando viuda a nuestra motrileña.

"Batalla de Tetuán". Dionisio Fierros Álvarez (1894)
Fue comandada por el General O`Donnel.

Quiso el destino que la viuda fuera invitada a un acto organizado por  el Partido Liberal para atraer a la causa de la Restauración Borbónica a las clases sociales más distinguidas. En calidad de viuda de un oficial que luchó junto a O`Donnel, fue llamada a la fiesta doña María. Y en la fiesta habría de ver por vez primera a Juan Manuel de Manzanedo y González de la Teja (1803-1882), entonces Marqués de Manzanedo y uno de los más importantes y ricos españoles de la época, al poco, Duque de Santoña, Grande de España, Gentilhombre de Su Majestad y, aunque ya lo hayamos dicho, rico, muy, muy rico.

Salón Turco del Palacio de Santoña, dedicado como "sala de fumadores".

Juan Manuel y doña María estaban ambos viudos. La única hija de él vivía entonces en París y el hijo (José) de la motrileña, hacía tiempo que había formado su propia familia, de manera que solos y en edades comprometidas, más el marqués que doña María, decidieron casarse. No le duró la viudedad a nuestra protagonista ni 11 meses. Poco antes de darse el sí quiero, María le pidió como regalo de bodas al futuro esposo que comprara el Palacio de los Goyeneche de la Calle del Príncipe y de la Calle Huertas de Madrid. No tenía que haber mucho problema, porque una vez satisfecho el deseo, Juan Manuel declaró una fortuna de casi 140 millones de reales en efectivo, a lo que habríamos de sumar las propiedades muebles e inmuebles. Y así, llegó el gran día: el 18 de diciembre de 1873, en la Iglesia Parroquial de San Sebastián de Madrid, María del Carmen Hernández se casaría con Juan Manuel de Manzanedo, convirtiéndose en la marquesa y al poco, en la Duquesa de Santoña como desde ahora la conoceremos. Tenía él en el momento de la boda 70 años (era incluso mayor que el padre de María Hernández) y ella 45 años.

El Duque de Santoña, grabado de 1876.

Juan Manuel fue un visionario que como tantos otros españoles, probó fortuna en las Indias y no le fue mal. Su figura es digna de estudio. Con apenas 20 años, llegó a Cuba en medio de las revueltas independentistas que acabarían con el Imperio Español y, de ser un simple sirviente, acabó dedicándose a actividades financieras y a la trata de esclavos. Cuando regresa a España en 1842, se trae consigo una inmensa fortuna que superaba los 50 millones de reales y el deseo de dedicarse a vivir de esas rentas en Madrid. De origen cántabro, se establece en 1845 en la Capital del Reino para dedicarse desde entonces a la especulación urbanística que terminaría por concederle todavía más dinero.

Mientras formaba parte del selecto grupo de españoles que desarrollaron el nuevo urbanismo madrileño (como el Marqués de Cubas o el de Salamanca), se interesó por la política. Era ya entonces banquero cuando entra a formar parte del partido del General Leopoldo O`Donnell, que terminaría siendo Presidente del Gobierno. En el seno de la Unión Liberal, fue un partidario y seguidor de Isabel II, que le concedería en 1864 el título de Marqués de Manzanedo y al fin, su hijo Alfonso XII, el título de Duque de Santoña en 1875. A fin de cuentas, había sido uno de los más activos partidarios de la restauración borbónica, financiando de su bolsillo la “operación” que habría de devolver el trono a los Borbones.

La Puerta del Sol en 1870

El Duque se movía como pez en el agua en cuestiones urbanísticas y de la construcción. De hecho, la Puerta del Sol de Madrid toma la configuración actual gracias a su intervención, ya que el de Santoña construyó toda la parte de casas frente a la que fue Casa de Correos (Comunidad de Madrid). Se jactaba de aquella operación en las reuniones sociales viniendo a decir que: “la Puerta del Sol es el patio de mi casa”. Tuvo nuestro hombre tiempo para ser armador, fundador del Banco Hispano, del Banco de Santander y colaborar activamente con la todopoderosa Banca Rothschild.

Habíamos dicho que lo primero que hace doña María es pedirle al futuro esposo un regalo de boda, el Palacio Goyeneche, con entrada por la Calle Huertas de Madrid pero con fachadas a varias calles como la del Príncipe. El caso es que el Palacio era (y es) una soberbia construcción. Lo había levantado Juan Francisco de Goyeneche, nada menos que el banquero personal del Rey Felipe V. Le encargó la obra al fabuloso José de Churriguera que muere justo cuando tiene los planos acometidos, así que lo comienza en 1731 su discípulo Pedro de Ribera (1681-1742). Pero en cuanto la futura Duquesa pone los ojos en él, comenzarán las transformaciones que lo harían uno de los edificios más lujosos de Madrid. La reforma es del arquitecto Antonio Ruiz de Salces (1820-1892), que respeta el aspecto del barroco castellano y realiza los cambios al antojo de María Hernández.

Bóveda del Salón de Bailes del Palacio de Santoña

El interior se fue llenando de un exotismo desconocido; el gusto por lo oriental tenía subyugados hasta a la mismísima Casa Real y las paredes y techos se cubrieron con frescos y pinturas de Francisco Sans Cabot (1828-1881), con alusiones a Santoña, cuna del Duque, una alegoría de las cuatro estaciones y óleos alusivos al comercio y a la industria, que tanto provecho y fortuna le dieron a don Juan Manuel. Los techos los realizó Manuel Domínguez, que puso su arte al servicio del Salón de Fiestas, concebido como un Salón Pompeyano con techos neorrenacentistas, medallones con artistas del Cuattrocento y detalles de las artes. Al exterior, un mirador preparado para albergar fiestas al aire, estaba dominado La Rotonda, toda de mármoles con pinturas de Plácido Francés y Pascual (1834-1902).

Techos de la escalera principal del Palacio de Santoña

Cuando murió el Duque y antes del regreso desde Cuba de su legítima heredera, su hija, doña María vivirá un trágico momento: la hijastra la acusa de apropiación indebida de la herencia paterna y la denuncia. El pleito durará diez años y doña María un calvario hasta casi el día de su muerte. Vio cómo sus propios abogados la traicionaban, los administradores de la fortuna de su marido se conchababan con la hija del difunto y al fin, en 1893, arruinada y desmoralizada, una sentencia falla en su contra y le obliga a abandonar el Palacio, además de injustamente, privarla de cuanto le había dejado el Duque.

José Canalejas instigó para conseguir el Palacio de doña María Hernández

Había sido víctima de un complot en el que participaría hasta el mismísimo José Canalejas (1854-1912), por aquel entonces Ministro pero que llegaría a ser Presidente del Gobierno y que consiguió una expropiación del Palacio de Santoña que se quedó para sí y en donde vivió hasta la muerte. La Duquesa iba a ver cómo la hija de su difunto marido la iba desposeyendo de todo, cómo compraba las voluntades de jueces y abogados que poco a poco esquilmaban a doña María. Ella, que desde la muerte de su único hijo, había tenido que hacerse cargo de sus tres nietas. Ella, que había formado parte del matrimonio más poderoso y solvente de la España del momento. Ella, una benefactora volcada en la caridad y recompensada así.

A lo largo de su vida, hizo algo más que vivir holgada y opulentamente. Fundó la primera destilería de alcohol del sur de España que llamó "Las tres hermanas en honor a sus nietas, que estuvieron a su cargo por el fallecimiento del padre de éstas, José, su único hijo. En 1873 adquirió el Balneario de Lanjarón y pronto lleva a cabo una ampliación y la instalación de baños termales que lo convirtieron en uno de los destinos turístico-sanitaros más importantes en España, con reconocimientos y medallas de oro en Amberes o París y que en aquel momento fue el lugar de veraneo de la burguesía andaluza. 

Pero si algo inmortalizó su figura y la ha catapultado al reconocimiento post mortem es su ahínco y dedicación por fundar, costear y sostener un Hospital dedicado exclusivamente a los niños enfermos. Gracias a sus desvelos, nació en 1877 el Hospital del Niño Jesús de Madrid en terrenos de su propiedad y bajo su propio pecunio que con el tiempo, se convertiría en un pionero de la pediatría europea y que sigue hoy día funcionando en Madrid. 
  

Fotografía del retrato que Federico Madrazo le hizo a la Duquesa en 1873
y que se conserva en el Museo de Álava. 

Al fin, a las tres menos cuarto de la tarde del 14 de octubre de 1894, con 66 años de edad, en su domicilio modesto, sencillo y frío de la Calle Olózaga de Madrid, que habitaba desde hacía un año con sus nietas en el 2º piso de un sencillo bloque, le vino la muerte por un fallo cardiaco. La lesión valvular probablemente fue producto de los diez años agónicos que tuvo que experimentar; había sido la fundadora del primer hospital para niños de Europa, que costeó de su propia economía. Fundó una fábrica alcoholera en Motril, la primera dedicada a la destilación de alcohol de todo el sur de España. Pionera, caritativa y preocupada por los males de la sociedad que le tocó vivir, disfrutó apenas siete años de los lujos que le trajo su segundo matrimonio, para después experimentar un calvario que dio con ella en la sencillez casi insultante del Cementerio de San Isidro de Madrid. Allí sigue descansando eternamente la aristócrata motrileña.


Carta de pésame recibida por la Duquesa a la muerte del Duque de Santoña. Literalmente, dice: “Expresándole sus condolencias por la muerte del Duque su marido, habiéndose enterado por Manuel Silvela, le acompañamos en el dolor y mi mujer la Marquesa de Loring le presenta su sentido pésame.



Del gusto de la Duquesa por las joyas sabemos bastante y la foto de arriba prueba su "pasión coleccionista". Un joyero madrileño le envía una nota descriptiva de un collar que tiene en venta, por si pudiera interesarle La carta del joyero ofreciendo a la Duquesa de Santoña, un collar de brillantes, dice textualmente: “Se compone de piedras grandes circundadas de otras menores” y un abanico de gemas cuyos exteriores son de oro colado y montado en perlas y brillantes. Año 1877, en Madrid”. 

Una sobresaliente mujer con una vida digna de ser llevada al cine. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

El Padre Aguayo

Había venido al mundo el 16 de diciembre de 1836 y se bautizó en la Iglesia Mayor un 18 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de la Esperanza. Hablamos de uno de los motrileños más ilustres, quizás más polémicos y controvertidos y por supuesto, adelantados a su época. Antonio Aguayo provenía de una familia asentada en Motril desde mediados del siglo XVII y que presumía nada menos de entroncar genealógicamente con la casa real astur. Su padre era sastre y siempre procuró que el hijo siguiera sus pasos y heredara el nada exangüe negocio familiar; pero la madre se empeñó en que el menor de los varones hiciera carrera eclesiástica y en el Seminario Mayor granadino terminó convirtiéndose en teólogo y recibiendo el Orden Sacerdotal corriendo el año 1859.

Antonio Aguayo cantó su primera misa en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza y se encargó de la Iglesia de la Victoria, entonces ayuda de Parroquia de la Mayor o de la Encarnación, a su vez que atendía la Capilla del antiguo Hospital de fundación regia (Los Hospitalicos); aunque también se destacó en su labor dentro de la colación de Capuchinos.

Díscolo desde el principio, censuró vehementemente las prácticas religiosas del sacerdocio español; abogó por una Iglesia que volviera a sus orígenes y demandó una sociedad más justa, empeñándose en atender a los jornaleros que acudían al Motril de la época a ganarse la vida en las campañas agrícolas. Dio la espalda a los placeres que la sociedad acomodada motrileña le brindaba a las fuerzas vivas, negándose a acudir a las “fiestas de sociedad” y meriendas que las familias más brillantes ofrecían en sus casas. Fue muy crítico con los gobiernos conservadores del reinado de Isabel II y especialmente defensor de la causa de Riego (1820-1823) y la represión que siguió al breve periodo liberal que trajo el levantamiento durante el reinado de Fernando VII (el Trienio Liberal).

El 1 de agosto de 1864 hacía pública su “Carta dirigida a los presbíteros españoles”... que conmocionó a la Iglesia Española de la época. Acusado de herético y conminado a retractarse, eso hizo un año después, aunque las acusaciones y denuncias de su texto hoy día son perfectamente entendidas por la Iglesia Católica y por cualquier estamento de poder conservador.

Acabó sus días en Buenos Aires, donde desposeído de su función sacerdotal, dirigió un periódico progresista. Es hoy día un símbolo de la Iglesia Protestante española, un reformador que se adelantó más de un siglo a su época, uno de los curas que durante la recta final del franquismo, habría sido denominado “obrero”. Pidió y solicitó un mundo más justo y no ahorró en acciones solidarias y caritatitvas.

En las imágenes que adjunto, puede leerse su historia y el contenido de su carta. Ningún católico actual estará hoy día en contra de su pensamiento y de cuanto expresó aquel 1 de agosto de 1864 cuando hoy se cumplen 148 años de un texto que rezuma contemporaneidad y que constituye un adelanto moral e ideológico sin precedentes a su tiempo. Y no estaría de más, que para la redonda fecha del 150 Aniversario, Motril hiciera lo posible por honrar la memoria de uno de sus más preclaros hijos, que barrunto, desagrada a algunos por sacerdote y a otros, por sacerdote adelantado... Pero que honra su cuna y a quienes se sienten motrileños. Y la patria chica, siempre ha sido trascendental en la arquitectura de la humanidad. 

sábado, 14 de julio de 2012

Enrique Montero López


Nació el 4 de noviembre de 1881 en la casa familiar de la Calle de las Cuatro Esquinas para bautizarse a los pocos días en la Iglesia de la Encarnación, donde le imponen el nombre de Enrique Antonio Carlos de la Santísima Trinidad, Montero López, que en Motril y como reza la placa que consagra su figura, será siempre Enrique Montero, "Alcalde Ejemplar". 

Un 12 de febrero de 1937, toda vez que Motril había sido tomada ya por las tropas nacionales, se conforma una Junta Gestora Municipal encabezada por Adrián Caballero Jiménez de la Serna y en la que toma parte el Teniente Coronel Manuel Baturone Colombo, que comandaba las brigadas militares del General Varela en el frente andaluz. El 11 de febrero de 1937 se producía la Batalla de Motril, en la que toma parte las fuerzas nacionales de Baturone contra la XIII Brigada Internacional y la Brigada Republicana que comandaba el coronel "Gallo". La batalla es descrita con especial crudeza por la intensidad de la misma, quedando desde entonces en la Zona Nacional la ciudad de Motril. 
Resulta curioso que justo al día siguiente de tan sangriento combate, las autoridades militares se dieran tanta prisa en constituir un Gobierno Local, en el que toma parte Baturone (al que se le encomendó la tarea de la conquista de Almería pero que echó sus días como Gobernador Militar de Málaga) y del que resulta elegido el funcionario Adrián Caballero "alcalde provisional". Jiménez de la Serna (tengo dudas sobre la grafía de su apellido, ya que lo he visto igualmente escrito como Giménez) estaba ya en Granada en 1939 y ocupó el cargo de "Comisario de la Hermandad del Cristo de San Agustín". 
En abril de 1937 hay ya alcalde oficial; se trata de Manuel Garvayo Bermúdez de Castro, del marquesado de Villamantilla. Tres son los años que el aristócrata motrileño preside el Gobierno Local siendo sucedido por el Presidente del Círculo Mercantil y Agrícola, Federico Ramos, que no llega a ocupar el cargo ni un año. Así las cosas, la Jefatura del Estado encomienda directamente el 15 de abril de 1941 que uno de los miembros del Ayuntamiento Motrileño (lo era desde que se reorganizó como Gestora Provisional el 12 de febrero de 1937) sea elevado a máximo responsable civil de la localidad; es entonces cuando aparece la figura de don Enrique Montero.

Curiosamente, fue uno de los pocos que no pertenecía a Falange. La familia, poseía ya desde el siglo XIX un molino azucarero en la misma Calle Cartuja, anexa a la de las Cuatro Esquinas, cerca de la casa familiar donde vino al mundo nuestro protagonista. Desde el final de la Guerra Civil, empezó a funcionar la "Azucarera Montero", declarada de interés pública por el Estado Español y que producía azúcar "blanquilla y amarilla", comercializada mediante su envase en sacos de yute y de yute y esparto. Y desde el número 12 de esta calle (o de la Cruz de Conchas), la azucarera, heredera de la que se conoció como "Azucarera de Lobres", se producía también miel de caña y su hijo, Francisco Montero Martín, empezó a experimentar con alcoholes creando los primeros "rones motrileños". Así que aquí, nació el extraordinario RON MONTERO que luego se trasladaría al Camino de la Celulosa donde prosigue las garantías de calidad del "Pálido" de Motril. 
Enrique Montero estaba dotado de un especial sentido del humor y una bonhomía que destacan los que de él han escrito, como José López Lengo, Francisco Pérez García y otros tantos de la época. Se ganó a pulso el sobrenombre heroico que hoy luce la placa en su honor, en aquellos tiempos difíciles de la posguerra donde todo hacía falta y todo estaba por hacer, y que fue colocada a principios de 1953, coincidiendo con el comienzo del mandato de Antonio Garvayo Dinelli. El 12 de abril de 1944 inauguraba el Pabellón Antituberculoso en las dependencias de lo que fue el Convento de Capuchinos, atendido por la Comunidad Religiosa de Monjas Mercedarias. El 2 de febrero de 1948 presidía la comisión encargada de gestionar el tren desde Granada a la Costa, luego inauguraba el Centro Secundario de Higiene Infantil, y le dio tiempo a ampliar y adecuar el paupérrimo Hospital de Santa Ana, urbanizar calles y plazas, encargar y descubrir la estatua del Cardenal Belluga en 1948, comisionar y atender la reconstrucción de la Iglesia Mayor de la Encarnación y conseguir la anhelante llegada de aguas potables al Varadero.

A punto de cumplirse los 10 años de su mandato como alcalde, hacia el 10 de abril de 1951, dimite por cuestiones de salud. Está a punto de cumplir los 70 años y les restan 10 meses de vida. Fernando Moreu Díaz lo sustituirá en el cargo, ratificado en Madrid el 28 de junio de ese año de 1951. Los sucesores en la presidencia civil motrileña nunca estarán tanto tiempo como máximos responsables de la ciudad, acercándose a sus 10 años, los alcaldes democráticos Enrique Cobo, Miguel López Barranco o Luís Rubiales, 8 años cada uno de éstos. Tampoco antes, hubo un alcalde tan dilatado en el mandato como don Enrique Montero López, que a día de hoy sigue ostentando dicho honor. 


Fallecía el 11 de febrero de 1952, dejando huérfanos a seis hijos (de los que sigo destacando, con permiso de María Rosario, Enrique, Concha y Amelia, a Francisco Montero, el padre del Ron Pálido) y a buena parte de la ciudadanía motrileña que conservará, décadas después, un inmejorable recuerdo de su alcalde ejemplar. Prueba de ello es la Concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad que la Comisión de Distinciones del Pleno Consistorial otorgó el 29 de octubre de 2010 y fue dada a sus hijos y sucesores el 5 de marzo de 2011, a título póstumo. 

Porque gracias a Enrique Montero, a lo largo de sus 10 años de mandato como alcalde, Motril consiguió: 

*Ampliación de la zona de regadíos de la Vega de Motril.
*Desecación de la zona del Jaúl. 
*Canalización del Río Guadalfeo.
*Restauración de la Iglesia Mayor.
*Remodelación y ampliación del Hospital de Santa Ana.
*Creación del Pabellón antituberculoso.
*Inauguración del Centro Secundario de higiene rural e infantil. 
*Consecución de la llegada del agua potable al Barrio del Varadero.
*Erección del Patronato de Santa Adela para la construcción de viviendas sociales.
*Alcantarillado del Barrio de Capuchinos.
*Urbanización y remodelación urbana de las Plazas Javier de Burgos y de España.
*Monumento al Cardenal Belluga.

Sus esfuerzos en materia sanitaria, le valieron la concesión de la Encomienda con placa de la Orden del Mérito Sanitario. Y que ocupe un lugar destacado dentro de la ciudadanía que fue e hizo el Motril de hoy. 

lunes, 2 de julio de 2012

523 años de la Conquista de Motril

Tenía 2.000 habitantes y nos sirve de ejemplo rotundo y perfecto para explicar cómo los cambios a veces sirven para progresar. Motril fue desde un 2 de julio de 1489, el mismo día que se rindió a las tropas de los Reyes Católicos, una población llamada a crecer y ocupar un lugar en el mapa de lo social, más importante que hasta ese momento había tenido. Sí, hoy no sólo se cumplen 523 años de la Conquista de Motril, sino que este “cambio de propietarios” de la villa, aseguró que esa lengua de tierra entrara de lleno en los mapas de la historia, pasando de ser una alquería, un anejo pendiente y dependiente de las poblaciones cercanas, a una ciudad mimada con gracias y títulos por los Reyes Católicos, la Reina Juana, el Emperador Carlos, Felipe II, Felipe IV, Felipe V y al fin, convertirse en el ámbito provincial (y más aún en el sur-costero) en la ciudad Muy Noble que habría de pasar de ser “parte de” a “cabeza de”.

Primero Almuñécar y luego Salobreña. E incluso ambas a la vez. Durante el reinado de los nazaríes, Motril acabó destinada a comparsa de las poblaciones vecinas que la administraban jurídica y socialmente. En la recta final del reino de Granada es cierto que contó con una “auxuluquia” o sede de un cadí, de un regidor de justicia, pero en todo caso “Salambina” y “Sexi” mantenían su predominio y potestad. Era por tanto una lengua de tierra dedicada a la agricultura, a merced de las localidades que sí estaban próximas a la costa y que contaban por tanto con las prebendas portuarias al servicio del comercio del azúcar y otros bienes.

Por Almuñécar entró incluso el mundo musulmán a comienzos del siglo VIII. Desde allí partieron las expediciones militares granadinas que en comunión con los pueblos del norte de África le pusieron las cosas difíciles a la marina castellana desde el siglo XIII y especialmente durante el siglo XIV. La alcazaba de Salobreña se convirtió en improvisada corte real con el desmembramiento del Reino cuando el invicto Zagal, hermano y tío de rey, decidió proclamarse Sultán y acabó desterrado de su fugaz gobierno accitano. Mientras Motril, producía azúcar y seda y mandaba sus productos a los severos puertos vecinos, cuando no al de Málaga o el de Almería (éste último plataforma centenaria desde donde la seda granadina llegaba a las costas italianas), viviendo de espaldas al mar y creciendo lenta y críticamente.

Y el 2 de julio de 1489, cuando los 2.000 vecinos de Mutrayil se rindieron a las tropas de los Reyes Católicos, cuando ondeó en la casa del Cadí y en el alminar de su Mezquita Aljama la bandera roja de los cristianos, el pendón de Castilla y las armas de Ponce de León, ese día del que se cumplen 523 años ahora mismo, acababa de nacer una población asentada sobre otra probablemente creada hacia el año 890 y que miraba al futuro con el convencimiento de algo mejor.

Por supuesto que entonces la población local, musulmana, ni lo sabía ni lo quería. Pero así era. Porque primero la Reina Isabel la Católica le concede Capitulaciones propias que desligará Motril de la influencia de otras localidades. Su hija Juana concede mercedes de repoblación. Carlos, dotaciones defensivas... y con el devenir del tiempo, se convierte en lo que es, no sé si menos de lo que debiera pero desde luego mucho más de lo que fue con el mundo musulmán a lo largo al menos de seiscientos años.

Motril no celebra (dudo que si quiera, lo sepan sus ciudadanos) el acontecimiento de la conquista. Es cierto que volvería a caer en 1490, cuando las campañas a la desesperada de Muhammad XII, el sultán Boabdil, pretendieron tomar toda la costa; pero incluso en esta campaña militar se podía ver cómo la trascendencia era otorgada a Salobreña, fortaleza que recibió los empeños demudados de las tropas nazaríes. Pacificada en 1491, la revuelta de 1503 y la de 1507 son los últimos episodios que conectarían Motril con su pasado musulmán. Y al fin, el siglo XVI trae prebendas regias y obras de importancia que catapultan a la sociedad local por encima de sus competidoras vecinas.

Sostengo que es el mejor ejemplo de cómo, cualquier tiempo pasado no tiene obligatoriamente que ser mejor. Porque si nos fijamos en Granada, en la capital, más mimo y más gracias que le procuraron los musulmanes, en su condición de Capital del Reino, no pudo tener. Y sin embargo, sin los Reyes Católicos y sin el Emperador Carlos, nada sería igual, porque fueron ellos los artífices del reconocimiento y esplendor (mucho o poco, pero esplendor) que gozó y del que, lastimosamente, vive.

Quizás estas letras, más que un recordatorio del acontecimiento histórico de la Conquista Cristiana de Motril, sean en todo caso un aviso para navegantes, para todos aquellos que confunden churras con merinas y mantienen abierto el debate de la idoneidad de la celebración del Día de la Toma, cada 2 de enero, en relación con Granada. La historia es la parcela que hay que dejar siempre a los que la han estudiado y la han convertido en su forma de vida, y no en el escenario de la manipulación ideológica o política. Pero lo cierto es que desde aquel 2 de julio de 1489, cuando Motril se incorporó a la Corona de Castilla y de ahí, al poco, al que se iba a convertir en el Primer Estado del Mundo Moderno, el Reino de España, todo cambió y para mejor.

Tal vez sería bueno que los dirigentes locales se plantearan sin necesidad de sumar una festividad más, rememorar la jornada de alguna forma. Tal vez en años futuros alguien entienda que pasar de manos musulmanas a manos cristianas hizo que esta ciudad se convirtiera en un lugar que dio que hablar y que pudo hablar por sí misma. Y que lo mucho o poco que tiene, empezó a gestarse a partir del día que, el color rojo de la cristiandad ondeó sobre los lugares visibles de sus edificios representativos, con un castillo goticista como arma heráldica dejando claro que “el futuro puede ser prometedor”. 

sábado, 6 de agosto de 2011

El mejor de los pregones


El que suscribe lleva pronunciados más de sesenta pregones y ha asistido al menos a cien más; entre ellos, todos, desde aquel remoto y primero de los de la Virgen de la Cabeza, Patrona de Motril. Y por eso está en disposición imposible de corregir de decir rotundamente, que ayer oímos el MEJOR DE LOS 17 PREGONES que por el momento procuraran exaltar a la Reina de los Motrileños. 

Llegó el pregonero reposado, amable, siempre sonriente, siempre afectuoso, siempre envuelto en un halo de bondad, de cura por el que tantos y tantos estaríamos dispuestos a poner oídos a Dios. Llegó con su envergadura, genéticamente hecha de proporciones mayúsculas porque ha de acoger el poderoso y bendecido músculo de su corazón. 

Llegó con el chaqué que usa un cura, esa sotana de tiempos pretéritos que le convirtió en el cura de siempre, en la verdad de nuestra Iglesia, en el más digno sucesor de don Salvador Huertas Baena (¿o era Bueno?), por el que aún Motril suspira. Era la sotana que estrenó en aquella privada audiencia con el Papa concedida a unos curas españoles en aquella Roma Vaticana. Y se encontró con un Santuario a rebosar, como sólo en los días más grandes está, que sí o sí tuvo que mantener a decenas de devotos de pie. Se lo encontró tan lleno como nunca antes ha estado para un Pregón de Ella, y lo mejor, es que sin cofrades. Sin hipócritas y "afectados" cofrades que tuvieron a bien no acudir pero se perdieron cómo ha de ser un pregón por si algún día les interesa y les puede servir. 

La Junta de Gobierno de Pasión, como si fuera un Jueves Santo, de traje, de inmaculado, protocolario y elegante traje, fue la única muestra del mundo cofrade motrileño en el Pregón Patronal. Mejor, insisto. Porque estuvimos los que debíamos, sin más. Y porque no cupimos más y porque hace falta una cabeza armada que sirva para algo más que para gratinarse el pelo si uno quiere vivir momentos como ese que trascienden de los cofrade, de lo lírico, de lo literario, de lo poético y de lo sensorial, histórico y motrileño a la vez.

Y nos costó una hora y un minuto sobre la fecha de inicio que empezara el pregonero. Una penosa coral y una presentación dilatada nos querían robar a nuestro pregonero, el que llamó sin hablar a casi trescientas personas un viernes de concierto de fama internacional. Y subió sus cercanos dos metros de altura al presbiterio del Santuario. Y arrancó contándonos el Génesis en poema y en motrileño. Y no escatimó palabras para agradecer a don Enrique García Olmedo que se jugara la vida aquel 25 de julio de 1936 para salvar a Nuestra Madre. Y llamó a los que quemaron Iglesias y asesinaron en los meses últimos de aquel año a decenas y decenas de motrileños por su nombre. Y contó aquel agosto de Coronación Canónica, y le dijo al Niño que lo tiene entre sus manos todos los días, cuando sabe y siente que Él mismo, Él verdadero, Él hecho pan, se marcha desde el Camarín de su Santuario hasta las mismas manos que después dan el alimento a los alpujarreños. Y fue en ese momento, de un lirismo aplastante, de una carga emocional única, cuando no pudimos contener las lágrimas y nos descubrimos ante nuestro cura pregonero. 

Fue al término, antes de llegar a la media hora de pregón, porque así había de ser, cuando pidió que se apagaran las luces... Y se quedó sola la del Camarín. 300 personas frente a frente. De un lado, Ella. Del otro, sus hijos. 300 personas oyendo verso a verso de un pregonero que no necesitaba ver para despedirse de Ella. 300 personas rendidas a los pies de un orador que nos ha rendido tantas veces y que estaba escribiendo la historia reciente de la convocatoria. Y tras media hora vibrante, cargada de fuerza, con una descomunal puesta en escena, con versos sobrios, sencillos, directos y claros y tras un texto que se ha dicho el pregonero mil veces a sí mismo, antes de estar escrito, porque un hijo, un devoto de Cabeza de Motril le va hablando a diario, salimos de allí conscientes de haber estado en el más importante, más recordado y más bonito de los cantos antes vistos. 

Mi secular amigo, mi sentido hermano, mi reverenciado cura, mi alabado pregonero que no se oculta pecar de envidia porque hubiera ansiado tener la suerte esa reservada a unos pocos, la de nacer en el día de los días de la Mejor Motrileña... Mi Javi, dio ayer el pregón que ningún otro (yo el primero) antes dio porque habló con el corazón y con las armas de la verdad. 

Y al igual que tú, que te despediste sin el clásico formulismo de "He dicho", hago yo lo propio cura mío, para decir: ¡Viva la Virgen de la Cabeza!

martes, 25 de enero de 2011

Salvemos nuestro patrimonio

La Casa Ruíz es un edificio singular en Motril; no porque en efecto, su construcción suponga un hito dentro de la arquitectura o deba mencionarse en las páginas de la historia del arte, sino porque en esta ciudad tan desalmadamente olvidadiza con su patrimonio, la casa de la aristocrática familia Ruíz de Castro, constituye un hito, uno de los pocos elementos patrimoniales dignos de conservar. Y hace unos meses, el Ayuntamiento de nuestra ciudad, decidió rehabilitar el edificio (de él diremos que se trata de una casa burguesa de finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX) y emplear su uso para convertirlo en contenedor cultural para Motril. Este nuevo uso ha implicado que se cometa una tropelía en el caserón. Hemos pasado todos de felicitarnos, a mostrar la más absoluta de las penas, porque acaban de destrozar todo lo único que tenía de histórico (ya digo que los valores fundamentales del edificio no eran otros que los históricos, y escuetamente los artísticos) convirtiendo el mismo en un esqueleto del que han respetado la fachada, para adecuar en el interior de ese vacío urbano las necesidades derivadas del nuevo uso que se le quiere dar a la Casa.

Esta presentaba particularidades propias de las construcciones de la época. Más que notorios artesonados o destacables conjuntos, había que valorar la disposición, la manera de distribución espacial y lo que para la historia (como documento vivo) supone conservar las formas y maneras de construir, distribuir y plantear una edificación de este tipo; de ahora en adelante, destruido su interior, vacío, huero, la Casa Ruíz ofrecerá una triste fachada simple y sin decoraciones que hablen de su antigüedad o de la prosapia de su arquitectura, de forma que será imposible (con moral artística, claro) decir de ahora en adelante, que estamos ante una casa del siglo XVIII o XIX, simplemente porque su mayor parte, su casi totalidad, ha sido derruida. No tendremos ni materiales, modos técnicos ni artesanías históricas... No tendremos formas espaciales, conceptos de planificación y diseño arquitectónico de la época... No tendremos nada que nos pueda servir como guía del pasado. Que nos hable en efecto del edificio. Se ha cometido la salvajada que tan extendida, calificamos como falso histórico. A la manera si me permiten de Violet le duc.

La preocupación por el patrimonio ha sido desde finales del siglo XIX una de las máximas de toda civilización culta, de toda ciudad con las ideas claras y los motivos saludables. Durante años han ido definiéndose los criterios y recomendaciones que terminarían plasmados en las denominadas "cartas internacionales". Nacían la Carta de Atenas (1931), la Carta de Venecia (1964) o la Carta de Ámsterdam (1975 como documentos suscritos por expertos de todo el mundo, grandes legislaciones para todos los países con el objeto de ir dando luz y guiando el camino de la intervención en los monumentos, en un campo científico que, hasta entonces, nunca había sido tratado.

Hoy en día se propone un riguroso método de trabajo basado en tener en cuenta el objeto (monumento) y sus necesidades y las de su entorno humano, más que las doctrinas o ideologías con las cuales se pueda identificar, estudiando en cada contexto qué solución puede ser la más eficaz en cada caso, de manera que la colectividad, destinataria de este patrimonio, disfrute de los beneficios derivados de su conservación.

Los monumentos se valoran desde tres puntos de vista fundamentales: documental o histórico, arquitectónico y significativo, definiendo la autenticidad no sólo en función de su materia original sino de su capacidad para garantizar la permanencia de sus valores esenciales. Nos hemos cargado por tanto los valores de nuestra Casa Ruíz, siguiendo al prestigioso González Moreno; hemos acabado con su valor documental o histórico, hemos demolido la casi totalidad de su valor arquitectónico al conservar la reducida parte que corresponde a la fachada y hemos dejado muy en cuestión su valor significativo dentro del patrimonio local, al menos hasta el punto de inicio de su restauración. En una palabra, la práctica de este tipo de intervenciones (que jamás podremos entender como restauraciones) es muy peligrosa y desde luego denigrante para el patrimonio, para Motril y me temo, pueda estar produciéndose en la Casa Garach. Alguien debía alzar la voz.

En la Casa Ruíz, como cualquier historiador del arte puede precisar, se ha desfigurado el carácter constructivo, restando al edificio su tradicional identidad y sus valores de autenticidad que le conferían el carácter de pieza patrimonial. Ya, por desgracia, no lo es. Su nuevo uso, que para muchos es entendido como salvador quizás haya sido su verdugo: la idea de salvar de la ruina la casa Ruíz para que perdure en el tiempo ha hecho que perdamos el edificio para la historia y para el arte. Su traumática intervención ha falseado la realidad y nos ha privado de otra pieza más de nuestro patrimonio. Estas viviendas que se restauran para adaptarlas a las condiciones higiénicas y de confort que los tiempos modernos exigen, implica notables cambios en las cubiertas (tejas y chimeneas), nuevos huecos en fachadas, nuevas carpinterías exteriores, garajes, calefacción, solería… que de no tener un cuidado tratamiento puede perderse toda o buena parte de su identidad, pero es que en este caso, lo hemos perdido todo. ¿De qué nos sirve una fachada mal contada?

Yo protesto. Me rebelo. Yo no quiero un Motril que conserva de esta forma lo poco que le queda. Me duele el patrimonio en general, y más el de una tierra que siento como mía. ¿Se estará produciendo esto en la Casa Garach? Y de ser así, ¿podremos evitarlo y que no suceda como en la Casa Ruíz? Y conste, que soy votante del PP local. Y lo seré en las siguientes elecciones. Pero el equipo de gobierno motrileño, ha actuado aquí sin tino ninguno. Y debe reconocer su error.

viernes, 21 de enero de 2011

San Sebastián, Patrón de Motril


Parece mentira que haya pasado tu día sin que nadie mueva un solo dedo, al menos, para mantener viva la historia cada vez más desvencijada de este Motril que cada año que pasa sufre otra derrota patrimonial y vernácula. Parece mentira que más allá del credo, de la fe, del sentimiento religioso o no, Motril se muestre satisfechamente olvidadiza, indómita, portaestandarte de una abulia apática que me remueve las entrañas mismas de mis raíces.

Parece mentira que el día de San Sebastián, desde que ardiera el contenido y el continente en aquel 25 de julio de 1936, la ciudad dormite y ni siquiera las voces autorizadas que debieran (y responsabilidad de ellas es) se atrevan a reclamar la recuperación de uno de los hitos históricos y devocionales del motrileño. Y os estoy acusando incluso a vosotros, mis amigos, mis hermanos, los mismos que tenéis un blog como este y no habéis aunado esfuerzos por vindicar la figura del Patrón.
Parece mentira que Motril sea la única ciudad que conozco con patrón pero sin figura a la que rendir culto; con patronato vacante, con protección intangible. Parece mentira que desde aquel año de 1523, cuando una epidemia de peste se desata en la ciudad y el Cabildo de la Villa apele a la protección de uno de los santos más venerados en la Iglesia, se eche tierra sobre el pasado y sobre los lazos que vinculan con la idiosincrasia motrileña y nadie haya hecho lo más mínimo por devolver un espacio y un lugar, o al menos una Imagen decorosa, a los templos locales.

Y parece mentira que se quedara en agua de borrajas aquel 1999, cuando Curro y Antonio González, José Prieto, Manuel Terrón y un servidor nos fuimos a la Concejalía de Cultura y ante uno de los más capacitados y preclaros motrileños que es Manuel Domínguez, entonces concejal, le propusiéramos elevar un monumento a San Sebastián en el vacío urbano (tristemente ajardinado) frente a la Palma que fue el sitio donde estuvo la ermita del Patrón de una ciudad que se ha olvidado de sus tradiciones, de su pasado, de los hitos y fechas trascendentales y si además, es católico el motrileño, hasta de la fe y devoción de sus mayores. Lástima de elecciones que nos sorprendieron y dejaron al competente concejal sin la posibilidad de llevar a cabo el proyecto, con un boceto en barro que conservo en mi casa, y que cada 20 de enero saco de su estante acristalado para mirarlo de cerca y contemplar su hechura valedera y correcta que moldeó Ángel Asenjo Fenoy, el imaginero de las catedrales... Porque ante él, me pregunto, cada 20 de enero, qué hace de esta tierra un continente de desidia y pasotismo, reviviendo las palabras de Lorca, que hablaba de indolencia.

Parece mentira que un día después de la fiesta del Patrón de los motrileños, de San Sebastián Mártir, nadie con un espacio público haya querido reservarle un hueco a la historia, al patrimonio perdido, a la figura lacerante no ya del santo, sino del mismo Motril, y reivindicar, como yo ahora, la trascendencia jamás entendida por estos lares, que tiene el pasado. ¡Parece mentira que mi patria chica sea la única población del mundo occidental, con patronato sin patrón y con fiesta sin santo. Porque aquí, la oscuridad es más negra que en otros sitios...